Fat City, ciudad dorada
"El ayer está muerto y ya pasó
y el mañana aún no se ve.
Es triste estar solo.
Ayúdame a pasar la noche."
"El ayer está muerto y ya pasó
y el mañana aún no se ve.
Es triste estar solo.
Ayúdame a pasar la noche."
Johnny Guitar es un western que rompe buena parte de las convenciones del género: al contrario de lo que hace pensar el título, el papel protagonista lo encarna una mujer; en lugar de grandes exteriores se desarrolla casi íntegramente en un el interior del local de Vienna (Joan Crawford); las escenas con largos diálogos sustituyen los duelos y las cabalgadas en las praderas… No en vano, por su estructura y estilización, el film de Ray adopta un tono inequívocamente operístico que acentúa el carácter dramático de la película y la sitúa como una de las obras más singulares no ya en s
La imagen es imborrable: al hombrecillo recién recuperado de una crisis nerviosa le recomiendan tranquilidad y una vida en calma. Va por la calle con su sombrero hongo, su chaqueta estrecha y sus grandes zapatos, y a su lado un camión deja caer una bandera (roja, supongo) que advertía sobre su carga larga. El hombrecillo la recoge y apura el paso gritándole al conductor del camión mientras agita la bandera, sin notar que a su espalda se aproxima una manifestación callejera que, rauda, lo acoge como a uno más de sus miembros (fotograma 1).
De entre todos los proyectos fallidos de Martin Scorsese, New York New York es para quien esto firma el más bello y estimulante (hasta el punto de figurar en la lista de sus cinco películas que prefiero).
“Todos nuestros esfuerzos deberían encaminarse a librar al cine de aquello que no le es propio, de todo lo que es innecesario y trivial y proviene de otras fuentes - todos los trucos, gags y actividades que no pertenecen al cine sino al teatro y a los libros (...). Debemos buscar cada vez mayor sencillez y dedicación a la técnica y materiales puramente cinematográficos”
Friedrich W. Murnau
Además de una excelente comedia romántica y uno de los títulos germinales de la screwball comedy (género que, podríamos convenir, inaugura un par de años antes Lubitsch con la magistral Un ladrón en la alcoba), Sucedió una noche ostenta el mérito de ser una de las primeras, sino la primera, grandes road movies de la historia del cine, un subgénero que, a partir de la irrupci
“Detesto las angulaciones extrañas, los objetivos deformantes. Así es muy fácil despistar al espectador. Mientras que permanecer muy cerca de los actores, no utilizar nunca trucos y, sin embargo, crear una atmósfera extraña, es mucho más difícil”
Jacques Tourneur
Iba siendo hora ya de incluir en esta página una película de Stan Laurel y Oliver Hardy, o El Gordo y el Flaco, como siempre los hemos conocido por estos lares. Y escribo “de Stan Laurel y Oliver Hardy” porque en pocos casos como en el de la pareja cómica las películas son tan o más de sus protagonistas como de sus directores (aquí James W. Horne, con la supervisión de Leo McCarey).
“Esta historia se refiere a la vida de un tal Nanook (el oso), su familia y un pequeño grupo de seguidores, los ‘Itivimuits’ de Hopewell Sound, Ungava del Norte. Gracias a su amabilidad, fe y paciencia se hizo esta película”
“Hace 200 años el gran páramo de Dorsetshire corrió salvaje y sombrío hasta el mar. Aquí, en escondidas cuevas y solitarias aldeas, las bandas de contrabandistas realizaban su provechoso trabajo. Y aquí, en una tarde de octubre del año 1757, un muchachito vino en busca de un hombre del que creía ser su amigo”
"Desconfiad de los falsos profetas que se cubren con pieles de cordero, pero que en su interior son lobos furiosos. Por sus actos les conoceréis."
De entre los excelentes directores a los que el caprichoso destino ha relegado a un segundo plano, William A. Wellman es sin duda uno de los casos más lacerantes: autor de cerca de setenta títulos que abarcan desde los años del cine mudo hasta finales de la década de los cincuenta, Wellman es a menudo más recordado como el director del primer film galardonado con el Oscar a la mejor película (Alas, 1927) que como responsable de no menos de una docena de excelentes obras entre las que destaca, por encima de todas, esta magnífica Incidente en Ox-Bow.
Si John Frankenheimer puede considerarse uno de los máximos representantes de la generación de directores surgidos de la televisión en la década de los sesenta (junto a Sidney Lumet o Arthur Penn, este último, de hecho, director inicial del título que nos ocupa, despedido tras el primer día de rodaje por un Lancaster descontento con el tono intimista que pretendía dar a la película), es sin duda gracias a obras como El tren, excelente exponente de un cine que, sin rehuir las temáticas sociales o de carácter político (más bien abordándolas de manera preminente), no oculta su vocación popular con una puesta en escena completamente al servicio de la acción y en la que cualquier dilación de la trama principal parece absolutamente fuera de lugar.
¿Se puede admirar un film con un discurso abiertamente racista, en el que la mayor parte de los negros son presentados como seres ociosos e ignorantes, cuando no directamente como mezquinos y delincuentes, y cuyos héroes son nada más y nada menos que los fundadores del Ku Klux Klan?
En la lista de adaptaciones absurdas de títulos de películas al español, la de El demonio del mar debería estar indiscutiblemente entre las de cabeza, sin que sirva de descargo que el original, Down to the Sea in Ships (que, entiendo, se podría traducir como Surcando el mar en navíos), tampoco sea especialmente logrado y no haga justicia en todo caso a las virtudes de la es que para mí, no solo la mejor película de Hathaway (de las que conozco) sino, además de un extraordinario film de aventuras, una de las más bellas historias de amistad y aprendizaje de la hist
“Hace unos siglos, en un rincón del Reino de Prusia, vivía una pequeña princesa elegida por el destino para convertirse en el mayor monarca de su época: Zarina de todas las Rusias, la conocida como Mesalina del Norte”
“Tres semanas no bastarían para intentar expresarles la pena que sentí tras la mutilación de mi propia obra”
Erich von Stroheim
“El poder. Los intereses del poder; ese sí que es un tema que me apasiona. Porque lucho contra el poder. Mi problema, en la industria cinematográfica e incluso en el mundo cultural, es que piso los terrenos de gente que controla lo que querría controlar yo. Es la historia de siempre. Y naturalmente este tema me obsesiona”
Francis Ford Coppola
No he leído la novela homónima de Ernest Hemingway en la que se basa Adiós a las armas y, por tanto, no puedo juzgar la fidelidad de la adaptación de Borzage de la mano de sus guionistas Benjamin Glazer y Oliver H.P.
"Un hombre sencillo y honesto, acorralado por depredadores sofisticados, puede, si lo desea, llegar hasta lo más profundo de sus recursos dados por Dios y surgir con todo el valor, ingenio y amor necesarios para triunfar sobre su entorno. Ese tema prevalecería en todos - excepto en dos - mis filmes posteriores. Era el grito de rebeldía del individuo contra ser pisoteado hasta verse reducido a pulpa por la masa: la producción en masa, el pensamiento en masa, la educación en masa, la riqueza en masa, la conformidad en masa"
Frank Capra
Tipificar los films de Jerry Lewis como “cómicos” es pernicioso: origina la ansiedad de la risa, que puede no aparecer, o hacerlo de manera forzada en el espectador. El estigma del personaje de Jerry Lewis como clown “idiota” (“cuando dirijo, hago de padre; cuando escribo, hago de hombre; cuando actúo, hago el idiota”) cultiva una mirada unidireccional hacia sus películas que consolida un imaginario colectivo desacertado del que se resiente su cine.
“Lo difícil, en la vida, no es cuando se quiere a alguien, sino cuando los dos sentimientos coexisten. Y tales son mis relaciones con América. Verdaderamente la quiero y estoy muy resentido con ella (...). Y me atacan de lados opuestos: algunos, a causa de mi testimonio, me tratan de reaccionario, pero muchos más son aquellos que dicen que muerdo la mano que me ha dado de comer, que soy anti-americano. Siempre hay fuego en mis películas. Es una manera de expresar lo que me gustaría hacer con ciertos aspectos de la vida americana”
Elia Kazan
“Detesto a quienes piensan primero en la cámara, y después en las historias que deben representar. ¿Qué le importa al público cómo se mueve la cámara? El público se fija en los personajes, en lo que dicen, en lo que quieren. No sabe nada de imágenes, de luces, de panorámicas, de travellings, y no verifica siquiera su existencia. Salvo los cinéfilos, naturalmente. Pero yo no hago cine para ellos, y nunca lo haré”
Otto Preminger
“He sido un supuesto cobarde y un supuesto héroe. Y entre uno y otro hay una fina línea divisoria. Tal vez los cobardes y los héroes son hombres comunes que, por una fracción de segundo, hacen algo fuera de lo común. Eso es todo”
“El espejo es la imitación de la vida. Lo interesante del espejo es que no te muestra tal como eres, te muestra tu propio opuesto”
Douglas Sirk
Siendo todavía ferviente seguidor de la hoy en día denostada política de los autores, y considerando, aun un rango por debajo de los que para mí son los grandes creadores del cinematógrafo, a Wyler como uno de sus exponentes, confieso que no sé si sería capaz de reconocer al director de La heredera o La loba (por citar algunos de los títulos más característicos de su estilo, que no los mejores desde mi punto de vista) si me enfrentara por primera vez a algunas secuencias de El coleccionista (siguiendo una de las máximas de la teoría de los críticos de
Saul Bass utiliza la cámara como un oftalmólogo. Un instrumento destinado al ojo como objeto clínico e impersonal. Sin embargo el ojo reacciona, no es inane: enrojece, parpadea, y, de su interior, emana la posibilidad de Vértigo, que prosigue Hitchcock con los ojos ya pegados al rostro de Scottie Ferguson (James Stewart), como dos mandalas azules que se constituirán en el puente a su extraversión e introversión. Los azules ojos que dirigen a Scottie Ferguson finalmente dictaminan lo inadecuado de su profesión. Scottie se engaña a sí mismo.
No he podido recuperar una entrevista en la que Orson Welles justificaba el célebre plano-secuencia inicial de Sed de mal por la voluntad de poner a prueba la destreza de los técnicos del estudio: “Quise comprobar si serían capaces de resolver toda la escena en una sola toma”, venía a decir el director al ser preguntado por las motivaciones de la secuencia en cuestión.
Una casa y un motel: “No empecé mi trabajo con la intención de conseguir un viejo film de horror de la Universal, lo único que pretendía era ser auténtico. Ahora bien, no cabe ninguna duda de que la casa es una reproducción auténtica de una casa real, y el motel es igualmente una copia exacta. Elegí esta casa y este motel porque me di cuenta de que la historia no provocaría el mismo efecto con un bungalow corriente; este estilo de arquitectura iba muy bien con la atmósfera que debía tener” (fotograma 1)
“A menudo se habla de los cineastas que, en Hollywood, deforman la obra original. Mi intención es no hacerlo nunca. Yo leo una historia sólo una vez. Cuando la idea de base me sirve, la adopto, olvido por completo el libro y fabrico cine. Sería incapaz de contarle "Los Pájaros" de Daphne de Maurier. Sólo la he leído una vez y rápidamente”
Alfred Hitchcock
Si el cine es mirada, no hay duda que La ventana indiscreta es una de las más admirables expresiones del arte de la mirada cinematográfica.
Aunque presentada normalmente como un remake de la simpática El enigma de otro mundo (The Thing from Another World, Christian Nyby, 1951), La cosa, sexto largometraje para la gran pantalla de John Carpenter, recurre sobre todo al argumento de la novela en la que se basaba la película producida por Howard Hawks (Who Goes There?, John W. Campbell, 1948) haciendo una traslación mucho más fiel de la trama original que su predecesora.
Forajidos es una extraordinaria muestra de adaptación de un texto literario a la pantalla, no solo por la fidelidad de la traslación del relato de Hemingway (a lo que sin duda ayudó el estilo conciso y directo del escritor), sino por el posterior desarrollo de la historia para dar cuenta de las vicisitudes que llevaron a su protagonista, El Sueco Ole Anderson (magistral Burt Lancaster en su sorprendente debut cinematográfico), a esperar impasible la llegada de los dos pistoleros encargados de acabar con su vida.
Si algún plano puede resumir las muchas virtudes de La sal de la tierra, no puede ser otro que el del rostro de Esperanza (Rosaura Revueltas) inundando de dignidad la pantalla al final de esta extraordinaria película insólitamente parida en la reaccionaria Norteamérica de la década de los cincuenta (fotograma 1). Reconocida como la única obra incluida en la lista negra del Comité de Actividades Antiamericanas, La sal de la tierra se gesta de hecho como respuesta de un grupo de cineastas, con el director Herbert J.
“The Magnificent Ambersons es la única de mis películas que he visto después de terminada y estrenada. Era una película mejor que Ciudadano Kane si la hubieran dejado como yo la hice”
Orson Welles
“Esto es el Oeste, Señor. Cuando la leyenda se convierte en hecho, se imprime la leyenda”
Revisión de la magnífica Love Affair, dirigida por el mismo McCarey en 1939, Tú y yo pertenece al selecto y reducido grupo de remakes que, partiendo de una obra ya de por sí memorable, logran superar el original para alcanzar la categoría de auténticas obras maestras del cinematógrafo.
Igual que en la posterior El hombre que mató a Liberty Valance con respecto a la desaparición del salvaje oeste ante la irrupción de la ley y el orden impuestos por los nuevos tiempos, hay en ¡Qué verde era mi valle! un llanto sereno y resignado por un mundo de viejos valores que debe ceder paso irremisiblemente a una nueva época marcada por las reivindicaciones laborales y sociales frente a la opresión económica y religiosa de principios del pasado siglo.
“Mi error fue apuntar demasiado bajo. Cinco años me han enseñado una cosa: Si te arriesgas, asegúrate que vale la pena. Te encierra igual por robar diez dólares que un millón”
Resulta sintomático que el primer largometraje para la gran pantalla firmado por Sidney Lumet sea esta adaptación del montaje original realizado para televisión en 1954 por Franklin J. Schaffner. No en vano, Lumet abandera la generación de directores que dieron al salto al cine después de formarse en producciones televisivas, junto a nombres como Delbert Mann, John Frankenheimer, Martin Ritt, Robert Mulligan, Stanley Kramer, George Roy Hill, Stuart Rosemberg, o el propio Schaffner.
“Una idea para una historia corta sobre gente de Manhattan, que está creando constantemente problemas reales, innecesarios, neuróticos para ellos mismos porque les evita tratar otros temas más insolubles, aterradores, sobre el universo”
“Yo escribo pensando en la cámara, pero sin pasarme. La película triunfa gracias a la historia, los personajes y los actores. No busco un movimiento de cámara original que no tenga que ver con la historia”
Billy Wilder
“Ante todo, uso mi cámara de manera que muestre las cosas, cuando sea posible, desde el punto de vista del protagonista; así mi público se identifica con el personaje en la pantalla y piensa con él”
Fritz Lang
Aun con excelentes resultados de taquilla (muy probablemente por el morbo de ver de nuevo juntos, y por primera vez como matrimonio, a la pareja formada por Elizabeth Taylor y Richard Burton, que había iniciado su idilio durante el rodaje de Cleopatra – Joseph L.
Con este film primerizo, Lynch se alejó posmodernamente del relato, convirtiendo la película en una emulsión alucinada y glandular a través del absurdo, la atonalidad narrativa y el humor negro. Propone un mundo que no apela a la lógica, y que no debe ser analizado desde la lógica sino desde su capacidad de conmoción subjetivo-seudosurrealista. En ese sentido el director ha sido hermético en cuanto a las interpretaciones, pista de que la respuesta a Erasehead debe ser emocional.
En el plano inicial de Sin novedad en el frente vemos un destacamento del ejército alemán desfilando por la calle principal de una población desde el interior de una vivienda; seguidamente, la misma escena nos es mostrada a través de los ventanales de una escuela, mientras escuchamos a un viejo profesor arengando a sus estudiantes sobre la necesidad de ir a combatir en el frente de guerra (“Dulce y apropiado es morir por la patria”). La guerra es vista como un espectáculo glorioso desde la seguridad de los edificios en la retaguardia y los jóvenes, contagiados por el exaltado discurso del profesor, salen de la escuela para dirigirse eufóricos al centro de alistamiento. Es el triunfo de lo bélico sobre la vida civil, materializado en la imagen del aula vacía mientras en el exterior la multitud vitorea a los soldados
“Cuando me da por hacer locuras no hay nada que me detenga. Si hubiera sabido cómo iba a acabar todo, nunca habría dejado que empezara. Es decir, si hubiera estado en mi sano juicio. Pero en cuanto la vi, mi sano juicio se esfumó por algún tiempo”
El taxi emerge cubierto de humo y vapor en la noche neoyorquina (fotograma 1). Es una aparición fantasmal, irreal en lo contundente de su imagen, y así mismo inesperada en lo factible de su presencia. Dentro hay un hombre solo, y no importa que con él viaje algún pasajero, no hay nadie más allí que Travis Bickle y su enorme pena. “La soledad me ha perseguido siempre. A todas partes. En los bares y en los automóviles, calles, tiendas… en todas partes. No tengo escapatoria. Soy el hombre solitario de Dios”, nos confiesa en un monologo.
“La vida pasa tan rápidamente que pocos nos paramos a pensar en aquellos que han perdido el ritmo del tiempo. Ni siquiera comprendemos sus risas y sus lágrimas, pues no existe ninguna magia que pueda unir en perfecta comprensión a jóvenes y mayores. Hay un abismo entre nosotros que sólo puede cerrarse con las palabras de un gran sabio: ‘honrarás a tu padre y a tu madre’ “
Que el del cinematógrafo es un arte total, capaz de incluir las manifestaciones más diversas en cuanto a su estructura formal y narrativa, lo corrobora figuras como la de Jonas Mekas, cineasta que encaminó su obra esencial por sendas completamente al margen de la industria, sirviéndose prácticamente en su totalidad de filmaciones domésticas que se materializan en forma de diario personal en lo que bien podrían ser los episodios de una extensísima y única película vital que conforma el corpus de su filmografía.
Un carromato con una mujer y su hijo escoltados por un soldado del ejército es atacado por un grupo de apaches. El soldado, que en una primer momento huye al galope, da media vuelta al escuchar los gritos desesperados de la mujer para, una vez a la altura del carromato, disparar sobre ella a bocajarro, montar al hijo en su caballo y tratar de huir de nuevo, pero es abatido por los apaches y cae al suelo junto al joven.
Senderos que se dejan, caminos que se abren, rutas todas que, sin embargo, confluyen en Anarene, con sus 1131 habitantes, con sus calles polvorientas, con el silencio que sólo interrumpe el viento. Bogdanovich hace un homenaje a una época ya ida, a un estado de las cosas que ya no existía al realizar su filme, ambientado en el pasado, a fines de 1951 y filmado en un glorioso blanco y negro, los colores con los que nuestra memoria (contagiada de cine) asocia a ese periodo.
“Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial la Europa prisionera volvió los ojos con esperanza o desesperación hacia la libertad de los Estados Unidos. Lisboa se convirtió en el punto de partida, pero no todos podían llegar directamente a Lisboa. Así nació una tortuosa ruta de refugiados. De París a Marsella. A través del Mediterráneo hasta Orán. Y desde allí en tren, coche o a pie bordeando África hasta Casablanca en el Marruecos francés. Aquí, los afortunados con dinero, influencia o suerte pueden obtener visados y salir hacia Lisboa y salir hacia el nuevo mundo.
“En memoria de quienes nos hicieron reír, saltimbanquis, payasos y bufones de todas las épocas y naciones, cuyos esfuerzos aliviaron nuestra cruz. Con cariño les dedico esta película”
Que la primera mitad de la década de los años 30 del siglo pasado fue una de las más fructíferas del cine fantástico lo atestiguan títulos como Drácula (1931), El doctor Frankenstein (1931), El malvado Zaroff (1932), King Kong (1933), El hombre invisible (1933) o La Novia de Frankenstein (1935), por citar sólo algunos de los clásicos del género que surgieron entre 1930 y 1935. Quizá sea esta la razón por la que incluso un director como Erle C.
En su reseña sobre El terror de las chicas, Jordi Torras alude a la necesaria existencia de un universo personal y autónomo como condición indispensable para que un artista pueda establecer sinergias con otros creadores. Unas sinergias que pueden surgir incluso fuera del mundo de las adaptaciones ya que, escribe Torras, “el medio para dialogar con Kafka (o Poe, o Walser) no es la adaptación sino la autonomía creativa.
Después de la fundacional La ley del hampa (Underworld, 1927), de Josef von Sternberg, El enemigo público es (quizá junto con Hampa dorada, de Mervin LeRoy) el primer gran film de gángsters de la etapa sonora, no sólo por contener todos los ingredientes de la que se convertirá en la más reconocible estructura argumental del género (la que describe la ascendencia y caída de un sanguinario gángster) sino también por suponer el primer gran papel como forajido de un Jam
Kiss me Deadly, tercer largometraje de Robert Aldrich tras su doble incursión en el western con Apache y Veracruz (ambas de 1954), es una película extraña e impensable en el cine contemporáneo: concebida como una de las clásicas producciones de serie B de la década de los cincuenta (un modelo que ofrecería no pocas joyas aprovechando justamente su condición minoritaria y, por tanto, la menor atención recibida por parte de los guardianes del pensamiento políticamente correcto), se diría que Aldrich se aprovecha de las convenciones del formato para abordar esta hist
Es posible que Conspiración de silencio no sea la mejor película de John Sturges (un director ciertamente irregular, pero con al menos un puñado de títulos más que notables, de entre las que destacaría la quizá más redonda El último tren de Gun Hill, o la sorprendente, por poco conocida, El signo de Aries), pero hay dos razones, en mi caso, que hacen de ésta una obra especialmente estimada entre todas las de su filmografía (1).
Es muy probable que El lobo de mar sea una de las películas de tono más siniestro y atmósfera más asfixiante del cine de aventuras, un aspecto sorprendente estando firmada por un director que, hasta la fecha, había hecho diversas incursiones en el género, todas ellas caracterizadas por su carácter lúdico y vitalista.
“Le pedí a Raymond Chandler que me explicara quien mataba a tal y cual. Me envió un cable diciendo que era George no-sé-cuantos. Le dije que no podía ser George; estaba en la playa en ese momento. Me mandó otro cable diciendo, ‘Entonces yo tampoco lo sé’. En realidad, no le importaba. Era la primera vez que hacía una película y decidía no explicar las cosas. Me limitaba a tratar de hacer buenas escenas”
Howard Hawks
Cuando Steve Judd (Joel McCrea) se presenta en el banco del pequeño poblado minero para hacerse cargo de la misión de hacer llegar el oro extraído en la cima de las montañas, el administrador le expresa sin reparos su sorpresa ante la imagen de un hombre avejentado, que apenas puede leer la letra de su contrato: “Debo decirle que esperaba a un hombre mucho más joven”; a lo que Judd responde, lacónico: “Bueno, fui joven. Todos lo fuimos” (fotograma 1).
Que el de la comedia es un género muy serio es un hecho palpable desde los inicios del cinematógrafo, cuando los hermanos Lumière deciden pasar de sus primeras cintas documentales (tras la fundacional La salida de los obreros de la fábrica, 1985) al cine de ficción precisamente con un título de género cómico (El regador regado, 1895), si no la primera, sí la más popular entre las primeras películas de ficción de la historia del cine.
Si hay algo por lo que destaca un film como Yo anduve con un zombi es por su manera de abordar el género fantástico mediante una puesta en escena que juega sus mejores bazas en la sugerencia y la evocación frente al vacuo exhibicionismo que encontramos en buena parte de las aproximaciones contemporáneas al género.
Además de un extraordinario film de género negro, Los violentos años veinte es una magnífica crónica de una de las décadas más convulsas de la historia de los Estados Unidos, la que abarca el período entre el fin de la primera guerra mundial hasta el fatídico crack del 29, marcada claramente por la instauración de la ley seca y el auge de las bandas mafiosas que ésta trajo consigo (una cualidad, la de erigirse como fiel reflejo de un período y lugar determinados, muy característica de un género que, gracias a su capacidad transgresora, supo mostrar el lado más oscuro de la sociedad
Si para muchos (entre los que me incluyo) John Ford es el Shakespeare del cine, no resulta demasiado osado afirmar que Centauros del desierto es en el arte del cinematógrafo el equivalente a La Odisea en la historia de la literatura (no sólo por las evidentes referencias temáticas del film al clásico literario sino, sobre todo, por la magnitud y los logros de la propia obra cinematográfica).
En el plano final de la magistral Y el mundo marcha (The Crowd, 1928), King Vidor nos muestra al protagonista, un personaje obsesionado durante toda su vida por “llegar a ser alguien”, en el patio de butacas de un teatro, rodeado (y formando parte finalmente) de la multitud de la que tanto había luchado por sobresalir.
“Todo esto ocurrió en le época oscura del periodismo, cuando un reportero a la caza de la noticia era capaz hasta de justificar el asesinato. Naturalmente lo que se ve en esta película no tiene ninguna relación con los periodistas de hoy. ¿Listos? Bueno, pues érase una vez…”
Como un torrente se inicia con los títulos de crédito sobre el plano de Dave Hirsh (Frank Sinatra) dormido en el interior de un autobús, a su llegada a la pequeña población de Parkman. En un asiento trasero, advertimos el escorzo de Ginnie Moorehead (Shirley MacLaine), una prostituta a la que Dave, en una noche de borrachera, invitó a seguirle en su viaje de regreso a su población natal, tras dieciséis años de ausencia, y a la que el protagonista conmina a desaparecer de su vida en el mismo momento de descender del autobús.
Underworld USA arranca con la escena de un joven Tolly Devlin (David Kent) robándole reloj y cartera a un borracho en un lúgubre callejón durante la celebración de noche vieja. Una secuencia que Fuller filma combinando los planos cortos del rostro de Tolly con vigorosos travellings de seguimiento del protagonista en su huida entre las sombras del callejón, y que será un fiel anticipo de la enérgica puesta en escena que va a dominar toda la película.
“Este proyecto me ilusionaba enormemente por el desafío técnico que me impuse después de mi visita a la Exposición Universal de Montreal en 1967. Cuando vi las proyecciones de pantallas múltiples me di cuenta del enorme potencial de esta nueva técnica para el lenguaje cinematográfico y logré convencer a Richard Zanuck para que me dejara rodar una película con este sistema.
Fred Derry (Dana Andrews), Al Stephenson (Fredric March) y Homer Parrish (Harold Russell) se encuentran en el avión militar que les lleva de regreso a su pequeña ciudad tras combatir en Europa durante la Segunda Guerra Mundial.
Que el melodrama puede llegar a ser un género altamente subversivo es algo que Douglas Sirk (junto con el Buñuel mejicano) dejó bien claro a lo largo de toda su obra, al menos en lo que concierne a su etapa americana (desconozco casi todas sus películas alemanas, tarea pendiente), y especialmente durante la década de los cincuenta, cuando el director rodó buena parte de sus mejores títulos, entre los que figura sin duda esta oscurísima crónica sobre el poder alienante del matrimonio (y la familia) como e
“Cuando la Metro Goldwyn Mayer compró los derechos de Historias de Filadelfia grabaron una de las funciones con la idea de descubrir dónde se producían las risas. Cuando la película estuvo terminada la comparamos con esa grabación y descubrimos que las risas se producían en otros momentos. En el teatro toda la comedia descansaba sobre la agudeza de Phil Barry, pero en el cine una gran parte era visual, se trataba de gestos, reacciones y cosas así. Por eso me gusta dejar que la comedia suceda en la pantalla”
George Cukor
De entre las valoraciones sobre una obra cinematográfica comúnmente aceptadas como incontestables, debo admitir que la que sitúa Amanecer no sólo como el mejor film de Murnau, sino también como una de las obras cumbre de la historia del cine, siempre me ha provocado cierto desconcierto.
Si la principal intención a la hora de crear esta página personal fue la de conseguir grabar en la memoria la esencia formal y temática de los grandes creadores de imágenes de la historia del cine, no es menos cierto que otra gran motivación es también la de descubrir alguna de las grandes obras de esos creadores que en mi caso permanecen todavía inéditas (ya sea por descuido, ya sea por tratarse realmente de películas que dormitan, todavía hoy en día, prácticamente en el anonimato).
"Érase una vez, cuando los ríos eran cristalinos,
y el aire del valle era fresco y limpio,
había un hombre deshonesto,
iba por un camino deshonesto,
y siempre llevaba una sonrisa deshonesta.
De todos los hombres deshonestos, en el Oeste deshonesto,
este hombre fue el más deshonesto."
Resulta curioso constatar cómo las dos primeras grandes comedias de la no muy prolífica carrera de Preston Sturges como director (catorce largometrajes), Las tres noches de Eva y Los viajes de Sullivan (ambas de 1941), comparten un cierto tono melancólico que las aleja en cierta medida de los grandes títulos del screwball (incluidos los siguientes trabajos del propio Sturges, de ritmo y situaciones mucho más vertiginosas).
"He conocido a Wyatt Earp. Fue el quien me contó la historia de O.K.Corral. Yo era entonces ayudante de dirección de mi hermano y rodábamos westerns. Los figurantes eran auténticos cowboys y eran verdaderos amigos de Wyatt Earp. Venía con frecuencia a verles y pude hablar con él. Temblaba al acercarme a él, tanto me intimidaba. Era un hombre bastante corpulento, muy avaro en palabras, de una calma sorprendente. No era un buen tirador, pero como era muy valiente, se acercaba mucho a su adversario antes de hacer fuego. Como en mi película, por lo demás.
Hay películas que atrapan desde la primera secuencia y Manos peligrosas, sexto largometraje de Samuel Fuller, es sin lugar a dudas una de ellas.
“Cuando un hombre es joven y apuesto
espera que el destino le envíe un amor sin lágrimas,
un amor sin fin, mi amor.
Pero cuando la vida pasa y le convierte en hombre
el destino le envía un amor que le cuelga
de un árbol del ahorcado, mi amor”
Un cuadrilátero de entrenamiento en la noche, con la única e inerte presencia de un saco de boxeo; la cámara realiza un suave movimiento de grúa recorriendo las desnudas ramas de un árbol que proyecta sus amenazantes sombras contra una ventana tras la cual divisamos la silueta de Charley Davis (John Garfield) tumbado en la cama (fotograma 1); corte a un primer plano, justo en el momento en que Charley despierta de una pesadilla gritando el nombre de Ben.
Cuando un personaje puede aparecer ataviado con su eterno atuendo en cualquier circunstancia y lugar sin que pongamos en cuestión la veracidad de su presencia es que ese personaje ha trascendido las reglas y convenciones de la ficción para convertirse en una figura icónica.
“Hace un centenar de años África era un vasto continente desconocido. Sólo unos pocos exploradores y misioneros, los cazadores de elefantes y los infames traficantes de esclavos, arriesgaban sus vidas por sendas empantanadas de sangre. Su botín eran relucientes colmillos de marfil y sudorosos esclavos vendidos por sus propios jefes de tribu durante las incesantes luchas tribales o capturados por los negreros. El león y el leopardo cazaban sin piedad entre los inmensos rebaños de animales. Y los hombres, incapaces de comprender a los otros hombres, se volvían como bestias.
“No regresé por ella. Eso no tenía nada que ver. No iba a buscarla. No esperaba toparme con ella. No quería verla en particular. Estaba seguro de eso. Pero desde el principio todo apuntó en una sola dirección. Estaba en las cartas o era el destino, o una maldición o como quieran llamarlo. Pero fue desde el principio”
Si en la espléndida Johnny Guitar, rodada justo un año antes, Nicholas Ray nos ofrecía un western de marcado tono operístico, se podría calificar a Rebelde sin causa como una historia de bandas urbanas en clave de gran musical: el formato scope, determinante para una puesta en escena de tomas largas y dinámicas coreografías dentro del plano, la expresiva utilización de los colores tan característica en Ray (curiosamente, en un film concebido inicialmente en blanco y negro), y la potencia de
Resulta paradójico comprobar cómo dos posturas ideológicas tan contrapuestas como la de la derecha más reaccionaria y la perteneciente a una corriente más progresista hicieron suyo (lo hacen todavía hoy) el mensaje político de un filme como The body Snatchers.
“La extraña y casi increíble historia de Robert Scott Carey empezó un día corriente de verano. Conozco esta historia mejor que nadie, porque yo soy Robert Scott Carey”
“No les hemos mentido amigos. Les dijimos que teníamos monstruosidades vivientes. Se rieron de ellos, se estremecieron incluso, y sin embargo por un accidente de nacimiento podrían ser igual que ellos. No pidieron que les trajeran al mundo, pero al mundo vinieron. Tienen su propia ley. Si ofendes a uno, ofendes a todos”
No hay en la historia del cinematógrafo ninguna otra película con gestos como los de El buscavidas. El de Eddie Felson (Paul Newman) acariciando el tapete de una mesa de billar (fotograma 1) a su llegada al local en el que reina Minnesota Fats (Jackie Gleason) para retarle en duelo (“Viene a esta sala de billar cada noche a las ocho en punto. Quédate aquí, él te encontrará”). El del cliente que, cuando va a salir del local (el reloj justo a las ocho en punto), abre las puertas de par en par para ceder el paso a Minnesota Fats.
En estos tiempos de escasez de ideas en los que tanto abundan las segundas y terceras versiones (los tan desprestigiados remakes), no sólo de algunos de los grandes clásicos (que la pereza de gran del público mantiene en el más oscuro de los olvidos) sino incluso de peliculitas rodadas hace apenas un par de décadas (¡que esa misma parte del público ya debe considerar antiguas!), es sorprendente que no exista todavía (o al menos yo no lo he sabido encontrar) un remake de una filme como La última orden, teniendo en cuenta la originalidad e ingenio de su pro
Debo confesar que William Dieterle forma parte de una no precisamente pequeña lista de directores (junto con Dwan, Stahl, De Toth, Daves, King o Milestone, entre otros) de los llamados ‘artesanos’ de la época dorada de Hollywood cuya obra me resulta todavía en buena parte desconocida (algo especialmente embarazoso por tratarse en la mayoría de los casos de autores con una ingente filmografía – en el caso de Dieterle, ¡nada menos que ochenta y ocho títulos!).
20.000 dólares costó esta obra maestra, una película de culto que consigue que todas sus dificultades y limitaciones se conviertan en virtud. Englobada en la Serie B por su escaso presupuesto, Detour no oculta su humildad de medios con escenarios pequeños, múltiples escenas en coches, uso de transparencias y actores poco conocidos, pero tampoco una potencia visual y determinación en lo que cuenta que la acaban convirtiendo en una obra clave del género. Edgar G.
Al servicio de las damas arranca con una fabulosa secuencia de títulos de crédito en un movimiento panorámico en el que los nombres de los artistas van apareciendo en carteles luminosos de lujosos edificios hasta que la cámara llega a un majestuoso puente al pie del cual se ubica un vertedero habitado por indigentes y vagabundos (fotograma 1).
“Elegir la manera de morir, ¿cuál es la diferencia? Elegir la manera de vivir, eso es lo difícil”, le reta el forajido Ben Vandergroat (Robert Ryan) al cazarecompensas Howard Kemp (James Stewart) en un momento de Colorado Jim (ridículo título español del original y mucho más oportuno The Nacked Spur – La espuela desnuda); película que, como en todos los títulos del tándem Mann-Stewart, nos muestra a un personaje torturado por un pasado que condiciona de manera decisiva sus acciones y personalidad en el presente.
Resulta curioso que un director como Budd Boetticher, cuya época de madurez se centró casi exclusivamente en el western (catorce de los dieciocho títulos que rodó desde 1952 hasta el final de su carrera), género con el que consiguió sus grandes obras maestras, clausurara prácticamente su filmografía (si obviamos su obra póstuma y prácticamente inédita, el western Un tiempo para morir, rodada en 1969 y no estrenada hasta 1982) con una película como La ley del hampa, sin lugar a dudas una de las últimas grandes entregas del cine de gángsters, junto a la inmediatamente poster
Resulta elocuente comparar Dos en la carretera, uno de los títulos sobre las vicisitudes de la vida matrimonial más celebrados de la cinematografía norteamericana, con, por ejemplo, la amarga aproximación que hiciera Ingmar Bergman a la misma temática en la extraordinaria Secretos de un matrimonio.
Penúltima gran obra de la turbulenta filmografía de Stroheim (para mi gusto, superior a la posterior e inacabada Queen Kelly, al menos en lo que el metraje final de aquélla nos deja entrever), La marcha nupcial parte de una situación argumental que el director repetiría en los tres títulos posteriores a la monumental Avaricia: un personaje vinculado con la realeza se ve obligado a renunciar a su amor por una plebeya a causa de las obligaciones de su posición.
“La historia de un hombre resulta bastante aburrida, pero la historia de una amistad es algo que te permite hacer las mejores escenas”
Howard Hawks
Un ladrón en la alcoba se abre con el plano de un gondolero recogiendo la basura de los canales de Venecia, un arranque que explicita de manera inequívoca el terreno de juego de la película que prácticamente inauguró el fructífero género de la screwball comedy: bajo la apariencia de una comedia romántica, Lubitsch nos va a ofrecer uno de los más despiadados retratos de las clases altas de principios de los 30, justamente los años que siguieron al cataclismo económico acontecido a raíz del crack bursátil del 29.
“Esta es la historia de Matuschek y Cía., del Sr. Matuschek y de quienes trabajan con él. La tienda está justo en la esquina de la calles Andrassy con Balta, en Budapest, Hungría”.
“Toda la vida seré un clown, nada más ni nada menos, lo que me sitúa a mucha más altura que cualquier político”
Charles Chaplin
“La horca no es más que una venganza. ¿Qué tiene de malo la venganza? Yo me llevo vengando toda la vida. Pues claro que estoy a favor… ¡Siempre y cuando no me cuelguen a mí!”
Puntualización previa: no me encuentro entre los admiradores acérrimos de la obra de John Huston, un director para mi gusto a la sombra de su propio personaje, con una obra irregular y en bastantes ocasiones carente de un estilo reconocible (significativa en este sentido la cita que encabeza la página del director en esta misma web) y que se encuentra, desde mi punto de vista, un escalón por debajo de los grandes autores que abordaron los dos géneros más presentes en su filmografía, el del cine negro y el de aventuras (pienso principalmente en
“Mabel no está loca. Solo es un poco especial. Esa mujer cocina, cose, hace la cama. ¿Qué tiene eso de locura?”, le espeta Nick Longhetti (Peter Falk) al inicio de la película a su colega de trabajo, cuando éste le aconseja llamar a su esposa (Gena Rowlands) para advertirle que no va a poder regresar a casa al final de la jornada laboral a causa de un imprevisto en la cantera.
Confesión previa: no ha sido hasta recientemente, en que he tenido la ocasión de ver una adaptación teatral de Un enemigo del pueblo (Un enemic del poble, en la versión de Juan Mayorga y Miguel del Arco para el Teatre Lliure), que he caído en cuenta de los evidentes paralelismos de la obra de Ibsen con este Tiburón de Steven Spielberg (probablemente se haya escrito sobre ello hasta la saciedad, y, de hecho, es algo que se puede corroborar tras una rápida búsqueda en la red con las palabras del coguionista del film, Carl Gottlieb, el cual al parecer se refería a la
“El esfuerzo por dignificarse es el tema de fondo de toda mi obra. Ya sea a través del reconocimiento interno de la verdad de uno de mis personajes. Ya sea a través de un personaje que hace acopio de valor para actuar sobre una situación imposible que está atentando contra su dignidad. Ya sea, simplemente, a través del torbellino de las relaciones humanas o de un conflicto entre un aspecto de su personalidad y otro”
Elia Kazan
Segundo largometraje (aquí en codirección con John G. Blystone) tras Las tres edades (también de 1923), La ley de la hospitalidad es la primera gran obra de Buster Keaton, un film de ritmo trepidante y repleto de ingeniosos gags que combinan una puesta en escena eficacísima con el habitual despliegue físico de su protagonista en muchas de sus secuencias (especialmente en la parte final de la película).
Cautivos del mal arranca con un majestuoso travelling de una grúa en un enorme plató de cine (fotograma 1), la imagen en plano general retrocede ante el avance del equipo de rodaje hasta llegar a un plano corto del director Fred Amiel (Barry Sullivan) en el momento en que le pasan una llamada de Jonathan Shields (Kirk Douglas), llamada que el director rechaza con evidente satisfacción, al igual que posteriormente harán la actriz Georgia Lorrison (Lana Turner) y el escritor James Lee Bartlow (Dick Powell).
“Pobre imbécil, siempre quiso una piscina. Al final consiguió su piscina, pero a un precio demasiado alto”
Quien así habla de sí mismo es el cadáver de Joe Gillis (William Holden), que encontramos al inicio del film flotando en la piscina de una gran mansión de Los Ángeles. Una voz en off mediante la cual el protagonista nos narrará la trágica historia de sus últimos seis meses de vida ofreciéndonos de paso una de las más despiadadas visiones de Hollywood que se haya rodado jamás desde la misma fábrica de sueños.
“Me encanta hacer películas y, si tengo alguna razón para hacerlas, disfruto mucho con ello”
Richard Fleischer
“Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar, para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta.
Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita.”
(Lolita, Vladimir Nabokov)
The Crowd (mucho mejor el título original) es, como explica el director, la historia de la vida de un hombre común, uno más entre la multitud, único e individual pero perfectamente reconocible en sus vicisitudes, anhelos, logros y decepciones.
Que el cine popular pasa por su época más aciaga es algo que se puede constatar quizá más que en ningún otro en el género de la comedia: no ya por el sonrojo que provoca acercarse a cualquiera de sus manifestaciones contemporáneas (destinadas casi exclusivamente a un público de mentalidad preadolescente) sino por la constatación de la falta de espíritu crítico de un género que, en su época de esplendor, se atrevió (o, más bien, se autoimpuso la necesidad) a cargar contra las más abominables figuras políticas del momento, empezando por el mismísimo Hitler, sin ir más lejos, para ofrecernos o
Los títulos de presentación de Isn't life wonderful nos advierten de que nos encontramos ante una obra en la que “no hay acciones trepidantes ni melodramas desaforados”, muy alejada por tanto de las producciones de gran formato más célebres del director. Situada en la Alemania devastada tras el armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial, la película se centra en la lucha por la supervivencia de una familia de refugiados polacos que son trasladados a Berlín, una ciudad asolada por el hambre, la miseria y la falta de trabajo. Y es justamente ese tono alejado del gran melodrama y centrado en los pequeños detalles que describen la dura cotidianidad de la familia protagonista, lo que confiere su mayor atractivo a la película.
The Awful Truth fue inicialmente una obra teatral de Arthur Richman y ya antes de la adaptación de McCarey había dos filmes basados en ella: una versión silente de 1925 protagonizada por Warner Baxter, y una cinta de 1929 con Henry Daniell e Ina Claire, dirigida por Marshall Neilan. Harry Cohn tenía los derechos de esa última versión y le entregó el guion a Leo McCarey para que hiciera un remake.
Resulta sorprendente ver al autor de Grupo Salvaje (elogiado título de la filmografía de Peckinpah que particularmente no considero entre los mejores del director), Perros de paja o Quiero la cabeza de Alfredo García (no tanto al de, esta sí desde mi punto de vista extraordinaria, Duelo en la alta sierra, con la que el título que nos ocupa mantiene no pocos elementos en común, empezando por su adscripción al subgénero del ‘western crepuscular’) enfrascado en una pelí
Admitámoslo abiertamente: dejando de lado el género de la comedia (por su natural vocación transgresora), hay grandes clásicos del cine mudo que, aun teniendo un incuestionable valor artístico, pueden provocar una digestión un tanto pesada al revisarlos un siglo después de su gestación o que requieren, cuando menos, de un ejercicio de contextualización (en cuanto a las conveniencias y normas morales de la época en que fueron creados, por ejemplo) como paso previo y necesario para su pleno disfrute.
En el cine de comedia están las grandes obras maestras y está To be or not to be, para quien esto escribe una de las más sublimes muestras que ha dado el género en los más de cien años de historia del séptimo arte: screwball, crítica política, comedia de enredo, guerra de sexos, representación, intriga bélica, cambios de identidad… todo ello aderezado con el inconfundible toque Lubitsch para ofrecernos una tan demoledora como oportuna sátira contra el nazismo.
De entre las grandes imágenes icónicas que nos ha legado la fábrica de sueños no cabe ninguna duda que una de las más célebres es la del gran gorila encaramado a la cima del Empire State con la que culmina King Kong (fotograma 1). No sólo por la extraordinaria audacia plástica de la imagen por sí misma, sino también por su capacidad de plasmar visualmente uno de los temas principales de la película.
De entre los “directores de una sola película”, el caso de Leonard Kastle es sin duda uno de los más singulares de la historia del cinematógrafo. Compositor, libretista y director de ópera, este músico neoyorkino recibió el encargo del productor televisivo Warren Steibel de realizar un tratamiento cinematográfico de la historia real de los asesinos de Lonely Hearts, Raymond Martínez y Martha Beck, ejecutados en la silla eléctrica en marzo de 1951 después de varios asesinatos cometidos en 1949.
Escoger a un actor o actriz para un papel que no se ajusta a sus características físicas o a sus aparentes cualidades interpretativas es un recurso muy en boga en el cine contemporáneo (en el que cualquier actor de prestigio no es lo suficientemente valorado hasta que no haya encarnado a un personaje para el que le haya sido necesario ganar o perder sesenta quilos, o que se encuentre a las antípodas de los papeles más característicos de su filmografía) pero mucho menos en el cine clásico, en donde las grandes estrellas no tenían ningún complejo en encarnar una y otra vez un mismo p
El azar ha hecho que revise en una misma semana En un lugar solitario, cuarto largometraje de Nicholas Ray, y La bestia humana (Jean Renoir, 1938), películas formalmente muy distantes pero que presentan ambas a un personaje condicionado por incontrolables ataques de violencia.
Si algo sorprende del planteamiento de Scarface, es la ausencia del más mínimo tono moralista de la película o su renuncia, cuando menos, a intentar ofrecer cualquier explicación al comportamiento criminal de su protagonista. Si en su predecesora El enemigo público (William A. Wellman, 1931), primer gran acercamiento al género de gàngsters del sonoro, se nos mostraba el entorno social y familiar en el que crecía el personaje principal de la película como un factor decisivo en su posterior carrera delictiva, nada de eso encontramos en Scarface, más allá de mostrar a su protagonista, Tony Camonte (Paul Muni), como un personaje de mentalidad infantil que parece incapaz de comprender la diferencia entre el bien y el mal.
Teniente corrupto se inicia con el audio de un periodista deportivo comentando la evolución de la final de la liga de béisbol norteamericana. El dato no es baladí, puesto que las series finales van a marcar el tiempo de vida que le queda al protagonista de la película (inmenso, Harvey Keitel), un oficial de policía del que nunca sabremos su nombre y que en los créditos aparece mencionado como LT (abreviación de lieutenant).
En la magistral secuencia inicial de la que es posiblemente la mejor comedia romántica de la historia del cinematógrafo, Charles Chaplin nos ofrece una ristra de momentos a cual más lacerante en los que el sempiterno personaje del vagabundo hace saltar por los aires la solemne ceremonia de inauguración de un ostentoso monumento público: primero, apareciendo plácidamente dormido en el regazo de una de las figuras escultóricas al ser izada la lona que cubre el conjunto; y seguidamente, enganchándose sus pantalones en la espada de una segunda figura, para acabar depositando sus nalgas en pleno rostro de la misma, ante la indignación de las autoridades y público asistente.
Si hay una película capaz de radiografiar la que se ha dado en llamar la generación de los millennials esta es sin duda Gerry, el fascinante ejercicio formal que Gus Van Sant filmó de la mano de sus dos únicos intérpretes y coguionistas, Casey Affleck y Matt Damon.
La imagen inicial es tan chocante como fascinante: un hombre (Harry Dean Stanton) ataviado con raídos traje, camisa, corbata y gorra roja avanza a través de un inmenso paisaje desértico (fotograma 1). La mirada extraviada, el cuerpo rígido, tan solo activadas las piernas, que parecen articularse de manera autónoma, como con un resorte mecánico.
En su autobiografía, Buster Keaton insiste en presentarse a sí mismo no como un artista, sino como un mero cómico que buscaba entretener a su público. Pero es obvio alguien que no fuera más que un cómico no habría dirigido algunas de las mejores películas de la historia del cine, como es el caso de El Maquinista de la General, una obra que demuestra que por mucho que Keaton se viera a sí mismo como un artista de vodevil que se había trasladado al cine, en realidad era uno de los mejores directores de su época.
Son muchas las películas que abordan la idea del fin de la inocencia, ese instante en el que los sueños de la infancia se desvanecen súbitamente por un acontecimiento (de mayor o menor trascendencia) que supone el punto de inflexión hacia la edad adulta; pero en pocas como en Un mundo perfecto ese momento crucial está tan eficazmente expuesto, no sólo por la potencia dramática del acontecimiento con el que se produce, sino también por la trascendencia de su significado