El tren

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El tren
Director:
John Frankenheimer

Título Original: The Train / Año: 1964 / País: Estados Unidos / Productora: United Artists / Duración: 133 min. / Formato: BN - 1.66:1
Guión: Franklin Coen, Frank Davis / Fotografía: Jean Tournier, Walter Wottitz / Música: Maurice Jarre
Reparto: Burt Lancaster, Paul Scofield, Jeanne Moreau, Michel Simon, Howard Vernon, Suzanne Flon, Charles Millot, Wolfgang Preiss, Albert Rémy
Fecha estreno: 22/09/1964 (Francia) / 07/03/1965 (USA)

Si John Frankenheimer puede considerarse uno de los máximos representantes de la generación de directores surgidos de la televisión en la década de los sesenta (junto a Sidney Lumet o Arthur Penn, este último, de hecho, director inicial del título que nos ocupa, despedido tras el primer día de rodaje por un Lancaster descontento con el tono intimista que pretendía dar a la película), es sin duda gracias a obras como El tren, excelente exponente de un cine que, sin rehuir las temáticas sociales o de carácter político (más bien abordándolas de manera preminente), no oculta su vocación popular con una puesta en escena completamente al servicio de la acción y en la que cualquier dilación de la trama principal parece absolutamente fuera de lugar.

 

Ciertamente, la historia de El tren nos es servida (gracias al eficaz guión de Franklin Coen y Frank Davis) como un auténtico mecanismo de relojería en el que la acción avanza sin apartarse ni un milímetro del trazado que dibujan esas vías por las que transita el convoy ferroviario cargado de obras de arte que el nazi Von Waldheim (Paul Scofield) quiere hacer llegar a toda costa a territorio alemán antes de la inminente liberación de la ciudad de París por parte de las tropas aliadas. Con esta sencilla pero potentísima excusa argumental, Frankenheimer construye una obra en la que emoción y suspense se dan la mano para agarrar por el cuello al espectador y no soltarle hasta el final de la trama, siempre de la mano de su protagonista, el ferroviario Paul Labiche (Burt Lancaster), en su determinación por evitar a toda costa la salida del tren de territorio francés.

 

Curiosamente, esta férrea estructura argumental hace que uno de los temas principales de la película, la exaltación de la labor de los miembros de la resistencia sea tratado de manera tangencial: los personajes aparecen en un momento de la trama para hacer su contribución a la causa (en este caso, impedir la salida del tren) y desaparecen del relato una vez que su actuación ha tenido lugar (muchas veces dando su vida por ello). Esto es así incluso con el principal personaje femenino de la película, la hostelera Christine (Jeanne Moreau), que será decisiva para salvar a Labiche en dos momentos de su epopeya pero que parece anclada en el espacio del pequeño hostal de la estación de tren por la que pasa el ferrocarril (aunque los espectadores más románticos no podrán evitar albergar la esperanza de que en el camino de regreso que emprende Labiche al final de la película el protagonista tenga tiempo para hacer una parada en el local de la joven viuda). Y así tantos otros héroes anónimos: desde el entrañable Papa Boule (acertadísimo trabajo de casting otorgando el papel a un enorme Michel Simon), que logra personificar en una única y magistral secuencia la dignidad de los miembros de la resistencia, justo antes de ser fusilado por sabotear la locomotora del convoy ferroviario (espléndido el momento en el que se despide con la mirada de Labiche – fotograma 1); hasta el joven Robert (Christian Fuin), dispuesto a enfrentarse a los nazis con una escopeta para cazar conejos; pasando por el jefe de estación Jacques (Jacques Marin); los compañeros de Labiche, Didon y Pesquet (Albert Rémy y Charles Millot); o, remarcando su citada condición de “héroes anónimos”, el grupo de rehenes que Von Waldheim coloca a la cabeza de la locomotora para evitar que Labiche intente detenerla con explosivos.

 

Apoyado en una excepcional fotografía en blanco y negro de tonos fuertemente contrastados (a las antípodas de la expresividad cromática de las obras de arte que Von Waldheim pretende llevarse a Alemania: una evidente metáfora del oscuro destino que acechaba a una Europa bajo el poder de los nazis), Frankenheimer dirige con mano maestra y indisimulado trazo grueso, pero sin escatimar los detalles que dan realismo a la acción y a los personajes (la secuencia en la que vemos a Labiche reparando una biela de la locomotora, desde el forjado de una de las piezas hasta su instalación en la máquina – fotograma 2 -; Papa Boule jugueteando con unas monedas que más tarde utilizará para sabotear la locomotora), ni momentos de cierto reposo para plasmar las emociones y sentimientos de los personajes (el plano de Mlle. Villard - Suzanne Flon – la encargada de salvaguardar las obras de arte, observando la estancia vacía después de que los alemanes se hayan llevado los cuadros – fotograma 3 -;  el breve abrazo entre Labiche y Christine antes de que se separen por última vez – fotograma 4).

 

Pero si por algo destaca la película es por el ingenio de su trama argumental en lo que respecta a la estrategia de los miembros de la resistencia para evitar la salida del convoy ferroviario de territorio francés; un rocambolesco plan (substituir los carteles de las estaciones de tren poniendo los nombres de las ciudades alemanas para hacer creer a los nazis que el tren se está adentrando en territorio alemán cuando en realidad está regresando a París) que únicamente la eficaz puesta en escena de Frankenheimer logra hacer pasar como verosímil, tanto por el ritmo vertiginoso que imprime a la trama como por el recurso del suspense que impide al espectador detenerse a poner en duda la viabilidad de lo que está viendo (Labiche regresando en el último momento al hostal justo antes de la llegada de los nazis, o el plano del protagonista preparando un explosivo pasa sabotear una vez más el convoy ferroviario mientras vemos a lo lejos la humareda de la locomotora acercándose a toda velocidad – fotograma 5).

 

En este sentido, Labiche no deja de ser un fiel reflejo de la actitud cinematográfica del propio Farnkenheimer: su determinación por detener el tren responde más a un sentido del deber que a una implicación personal por la empresa que debe llevar a cabo (“No malgastaré vidas por unos cuadros”, expone el protagonista en un primer momento cuando le es encomendada la misión). Como el director a la hora de abordar la película, Labiche es un profesional que actúa lo más eficazmente posible para conseguir un objetivo (para Frankenheimer, hacer verosímil lo inverosímil; para Labiche, impedir la salida del tren) al margen de las motivaciones morales de su misión. Significativamente, al final de la película, no será la visión de las cajas con las obras de arte desparramadas en el suelo, sino la de los cuerpos sin vida de los rehenes acribillados en el último momento por los nazis, la que provocará que Labiche descargue su ira en forma de una ráfaga de ametralladora sobre el coronel Von Waldheim (fotograma 6).

 

David Vericat
© cinema esencial (noviembre 2018)
 
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