Ojo por ojo

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Director:
James W. Horne

Título Original: Big Business / Año: 1929 / País: Estados Unidos / Productora: Hal Roach Studios / Duración: 18 min. / Formato: BN - 1.33:1
Supervisión en la dirección: Leo McCarey Guión: H.M. Walker, Leo McCarey / Fotografía: George Stevens
Reparto: Stan Laurel, Oliver Hardy, James Finlayson, Charlie Hall, Retta Palmer, Tiny Sandford, Lyle Tayo
Fecha estreno:  20/04/1929

Iba siendo hora ya de incluir en esta página una película de Stan Laurel y Oliver Hardy, o El Gordo y el Flaco, como siempre los hemos conocido por estos lares. Y escribo “de Stan Laurel y Oliver Hardy” porque en pocos casos como en el de la pareja cómica las películas son tan o más de sus protagonistas como de sus directores (aquí James W. Horne, con la supervisión de Leo McCarey). Sirva una anécdota (desconozco hasta qué punto apócrifa) como muestra de la influencia de sus protagonistas sobre el resultado final de la obra: parece ser que el argumento de Big Business (una pareja de vendedores a domicilio intenta vender abetos de navidad en un barrio de la soleada California) incluía en un principio diversos episodios formados por cada una de los apartamentos en los que los protagonistas intentaban hacer su venta, pero en la tercera parada, Laurel y Hardy empezaron a improvisar nuevas acciones hasta el punto de que Horne decidió seguir rodando y cancelar las siguientes secuencias, dejando esa escena como la parte esencial de la película (precedida por las dos primeras visitas, muy breves, que actúan a modo de prólogo).

 

Indudablemente, cada espectador (de cierta edad) guardará en su memoria algún momento especialmente celebrado durante la infancia de entre los muchos que nos depararon la célebre pareja cómica (su filmografía consta de más de un centenar de películas, entre una treintena de largometrajes y el resto formado por cortos y mediometrajes; y para hacernos una idea de su prolífica actividad basta indicar que el mismo año de producción de Big Business rodaron otros doce cortometrajes, es decir, ¡a un ritmo de más de un cortometraje por mes!), pero si he elegido Big Bussines es por ser una de las más rabiosamente subversivas de una filmografía en la que justamente no escasean los títulos con evidente carga explosiva (no en vano, la película figura entre las reseñadas por Amos Voguel en su célebre estudio Film as a subversive art). ¿De qué otra manera podría calificarse una película sobre unos vendedores ambulantes de árboles de navidad (ah, el espíritu navideño) que acabaran destrozando literalmente la vivienda de uno de sus posibles clientes, mientras éste hace lo mismo con el automóvil de los dos comerciantes?

 

La película tiene todos los ingredientes que dieron fama a la pareja protagonista, pero aquí, el espíritu gamberro de los dos granujas se eleva a las más altas cotas de la desmesura. En los dos primeros intentos de venta, los gags son, por decirlo de alguna manera, discretos: el primero, con una solterona (Lyle Tayo) que les acaba dando portazo después de una pregunta inocentemente impertinente de Stan (y la consiguiente y característica reprimenda de Ollie: “desde ahora hablaré yo”); y el segundo (tras un gag, este sí brillante, en el que los dos vendedores se suben al coche para recorrer los escasos metros que les separan de la siguiente vivienda), con un invisible vecino del que únicamente veremos el brazo que aparece tras la puerta para martillear por dos veces la cabeza del bueno de Ollie. Será en su tercer intento de venta, en la vivienda del vecino interpretado por el indispensable James Finlayson, cuando Stan y Ollie van a dar rienda suelta a su lado más salvaje, convirtiendo el acto de destrozar la vivienda del pobre Finlayson en un juego en el que la única regla es precisamente la de transgredir cualquier regla.

 

Y aquí empieza la fiesta: una fiesta ferozmente divertida, con un crescendo que parte de un absurdo incidente (ese abeto atrapado una y otra vez por la puerta del vecino que impide a los dos vendedores regresar a su automóvil) y que se desatará tras una nueva y brillante intervención de Stan (que antes de marcharse por fin, le ofrece al irritado vecino la posibilidad de hacer su “pedido para el año siguiente”) que provocará un descomunal toma y daca convirtiendo el apacible lugar en un auténtico campo de batalla con ataques y contraataques cada vez más brutales.

 

La ristra de momentos hilarantes es interminable: Ollie atacando al vecino con su característica técnica del “dedo en la oreja” y cortándole seguidamente un mechón de su escasa cabellera (fotograma 1); los dos granujas protegiéndose inocentemente del ataque de su cliente tras el minúsculo parabrisas de su automóvil; Stan arrancando un farol y, cuando está a punto de estrellarlo contra el suelo, recibiendo la severa indicación de Ollie para que lo lance contra una de las ventanas (fotograma 2); el vecino ensañándose con el automóvil hasta acabar literalmente en el suelo peleándose como un demente con los abetos; Ollie usando una pala como bate de béisbol para golpear los objetos que Stan le lanza desde el interior de la vivienda…; todo ello bajo atenta mirada del sempiterno policía que lo único que hace es tomar nota de cada uno de los destrozos desde su vehículo hasta que, una vez que se acerca al lugar de la batalla, acaba recibiendo el golpe de uno de los objetos lanzados por Stan.

 

Con la reprimenda policial, aparece el Ollie infantil (ese inconfundible gesto de las manos retorciendo tímidamente su corbata) que intenta advertir a su compañero (que está ensañándose con un piano) de la presencia del gendarme, y cuando Stan descubre finalmente al policía, un último gag hilarante al intentar recomponer las piezas del piano destrozado.

 

El desenlace, consumada la regresión al universo completamente libre de la infancia, es del todo coherente: tras la reprimenda policial, Stan y Ollie estallan en un llanto inconsolable que acaba por contagiar a todos los presentes (fotograma 3). Si estuviéramos en el género del cine de gángsters los responsables de la transgresión acabarían cayendo bajo una ráfaga de tiros en una sucia cuneta o, en el mejor de los casos, entre rejas hasta el fin de sus vidas. Por suerte nos encontramos en el género de la comedia (el más libre y transgresor de todos), y aquí nuestros protagonistas pueden permitirse el lujo de propinar el último golpe y salir huyendo  perseguidos por el esforzado policía en uno de los planos icónicos del género (fotograma 4).

 

David Vericat
© cinema esencial (mayo 2019)
 

VÍDEOS: 
Película completa

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