El lobo de mar

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El lobo de mar
Director:
Michael Curtiz

Título Original: The Sea Wolf / Año: 1951 / País: Estados Unidos / Productora: Warner Bros / Duración: 91 min. / Formato: BN - 1.37:1
Guión: Robert Rossen (novela: Jack London) / Fotografía: Sol Polito / Música: Erich Wolfgang Korngold
Reparto:Edward G. Robinson, Ida Lupino, John Garfield, Alexander Knox, Gene Lockhart, Barry Fitzgerald, Stanley Ridges, David Bruce, Francis McDonald, Howard da Silva, Frank Lackteen
Fecha de estreno: 21/03/1941

Es muy probable que El lobo de mar sea una de las películas de tono más siniestro y atmósfera más asfixiante del cine de aventuras, un aspecto sorprendente estando firmada por un director que, hasta la fecha, había hecho diversas incursiones en el género, todas ellas caracterizadas por su carácter lúdico y vitalista. Concretamente, en el subgénero de aventuras navales, Michael Curtiz había rodado ya dos películas con su actor fetiche, Errol Flyn (El capitán Blood – 1935 – y El halcón del mar – 1940), en las que el héroe es un simpático truhan dispuesto a acometer las más insólitas hazañas siempre con una sonrisa en el rostro. Considerando además que, de los dos títulos referidos, el segundo viene a ser una variación del primero, no es descartable que, a la hora de abordar una nueva película de ambiente naval, Michael Curtiz quisiera explorar otros caminos más arriesgados, alejándose drásticamente del tono de sus anteriores obras.
 
Si la elección de la fuente literaria, la novela homónima de Jack London, vendría a corroborar esta idea, la del guionista encargado de adaptar el texto a la pantalla no hace sino reforzarla: Robert Rossen, que por aquél entonces iniciaba su carrera como escritor y que más tarde se convertiría en uno de los directores de mirada más crítica del cine norteamericano (no en vano fue incluido en la lista negra de Hollywood), firma en solitario el guión de una  película en la que el resto del equipo, en este caso sí, es prácticamente el mismo de El halcón del mar, rodada apenas un año antes (la producción de Hal B. Wallis, la fotografía de Sol Polito, la música de Erich Wolfgang Korngold y los efectos especiales de Byron Haskin).
 
La película se inicia entre las brumas, y en ellas permanecerá hasta el final de la historia (fotograma 1). Estamos en San Francisco, en el año 1900. Un hombre consigue burlar a la policía y se refugia en una taberna. A la entrada, intercepta la mano de un ladronzuelo que pretende robarle: “Si encuentras algo ahí dentro, lo compartiré contigo”. George Leach (John Garfield) es un hombre en una situación desesperada, sin dinero y prófugo de la justicia, por lo que no nos sorprenderá que acepte enrolarse como grumete en un navío de pésima reputación (de nombre Ghost) para el que un par de hombres andan buscando personal entre los clientes de la taberna. A bordo del bote que le transporta al buque fantasma, y mientras escucha los cínicos comentarios del cocinero Cooky (Barry Fitzgerald) sobre las malas artes del capitán del buque, se cruzan con un barco de vapor en el que viaja la joven Ruth (Ida Lupino), que pronto descubrimos que también está buscada por la policía y que pedirá en vano la ayuda de otro pasajero, el escritor Humphrey Van Weyden (Alexander Knox) para intentar burlar a sus perseguidores. Cuando está a punto de ser apresada, el barco naufraga al chocar con otro buque y, después de unas horas a la deriva, Ruth y Van Weyden serán rescatados por el Ghost (en un magnífico plano en el que vemos aparecer la fantasmagórica imagen del navío del que, con un travelling en avance, veremos su nombre grabado en la cubierta - fotograma 2). Tras despertar en un camarote, Van Weyden sube a cubierta y el espectáculo que presencia no puede ser más desolador: un marinero agoniza en el suelo, mientras un hombre le va tirando cubos de agua en el rostro y ante la indiferencia del resto de la tripulación y del capitán del navío, Lobo Larsen (Edward G. Robinson), que reacciona con hastío cuando finalmente el marinero muere.
 
Como vemos, el planteamiento de la historia no puede ser más sombrío, ni sus personajes más anti heroicos, por no decir directamente oscuros (en una gama que va desde la cobardía hasta la pura perversidad): dos fugitivos de la justicia, un escritor poco dado a los gestos solidarios (su cobardía a la hora de encubrir a la joven Ruth le delata), una tripulación (representada por el pérfido Cooky) formada por hombres de la peor calaña y un capitán tirano y despótico. Incluso la secreta misión de la expedición (sólo conocida por los altos mandos del buque) es cualquier cosa menos noble (en comparación con las grandes gestas a las que normalmente se enfrentan los protagonistas de tantas obras del género): enfrentado a muerte con su hermano, Larsen pretende abordar el buque por aquél capitaneado para robarle su cargamento de pieles de foca.
 
Con estos elementos, la película va a avanzar entre el doble enfrentamiento de Larsen con el fugitivo Leach por un lado, y con el escritor Van Weyden por el otro, con la joven Ruth situada en el tercer vértice del triángulo (con Larsen en el centro). Y mientras que la relación del capitán con Leach se basará en el puro enfrentamiento (hasta que, tras un fallido intento de asesinato, Leach será confinado en la bodega del navío), la de Van Weyden con Larsen se mueve en un terreno situado entre el desprecio del hombre cautivo y la fascinación del escritor por el oscuro personaje al mando del Ghost. Esto se expone claramente en la primera secuencia que reúne a los dos personajes en solitario, cuando Van Weyden descubre, en el camarote del capitán, una enorme biblioteca con obras de Darwin, Nietzsche y Poe, entre otros muchos, y un volumen de Milton abierto en una página en la que encuentra subrayado el siguiente fragmento: “Aquí, al menos, seremos libres. Aquí casi seguro reinaremos, y si he de elegir, prefiero reinar, aunque sea en el infierno. Mejor es reinar en el infierno que  servir en el cielo” (fotograma 3). Atraído por la compleja personalidad de Larsen (“Un bruto sin sentimientos ni consideración. Pero también un hombre torturado por un cerebro que la naturaleza no debió darle”), Van Weyden empieza a tomar notas para una novela sobre el personaje, lo que no hace sino aumentar el ego de Larsen, que ve en el propósito del escritor la posibilidad de extender su vanidad más allá de las confines de su miserable embarcación.
 
Hay un quinto personaje de no menos interés en la historia: el doctor Prescott (Gene Lockhart), a quien vemos al principio de la película como un borracho incapaz de ejercer su profesión (una situación con la que se regocija abiertamente Larsen, quien, siguiendo la máxima de Milton, alardea siempre de la pésima calaña de toda su tripulación: “mejor reinar en el infierno…”) y que, ante la situación extrema de la más que probable muerte de Ruth, y espoleado por Van Weyden, consigue salvarle la vida realizándole una transfusión con la que parece recuperar por un momento su dignidad perdida. La inmediata reacción de Larsen, humillando al doctor ante el resto de la tripulación (incapaz de aceptar un solo gesto de nobleza entre los suyos), provocará el suicidio de Prescott (fotograma 4), en una de las mejores secuencias de una película plagada de buenos momentos, de entre los que destacaría por encima de todos la imagen del capitán Larsen, abandonado por su tripulación y ciego por una de sus continuas crisis, al pie del timonel, creando, como escribía José María Latorre (1), “una opresiva sensación de viaje a ninguna parte” (fotograma 5).
 
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(1) La vuelta al mundo en 80 aventuras, José María Latorre (Libros Dirigido)
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David Vericat
© cinema esencial (agosto 2019)

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