Contraté a un asesino a sueldo

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Contraté a un asesino a sueldo
Director:
Aki Kaurismaki

Título Original: I Hired a Contract Killer / Año: 1990 /  País: Finlandia-Suecia / Productora: Esselte Video, Finnkino / Duración: 79 min. / Formato: Color - 1.85:1
Guión: Aki Kaurismäki / Fotografía: Timo Salminen / Música: varios
Reparto:  Jean-Pierre Léaud, Margi Clarke, Charlesa Cork, Serge Reggiani, Kenneth Colley, Trevor Bowen, Nicky Tesco, Peter Graves, Joe Strummer
Fecha de estreno: 13/09/1990 (Festival de Venecia)

Contraté un asesino a sueldo se abre con las imágenes del amanecer en una Londres en aparente demolición, ciudad en permanente penumbra que va a servir de escenario para esta historia de soledad e incomunicación tan característica en el cine del Kaurismaki. Como Iris en La chica de la fábrica de cerillas (título del mismo año del cual esta película es su reflejo en tono más optimista), Henry Boulangier (Jean-Pierre Léaud) es aquí un ser solitario que basa su triste y gris existencia en el anodino día a día que le proporciona un trabajo alienante y sin el más mínimo estímulo, en esta ocasión en una vieja oficina funcionarial del departamento de aguas de la ciudad.
 
Pero, siendo un film absolutamente fiel al universo de Kaurismaki, Contraté un asesino a sueldo es también una obra plagada de homenajes a buena parte de los referentes fílmicos del director: además de la explícita dedicatoria inicial a Michel Powell (uno de los directores predilectos de Kaurismaki, fallecido pocos meses antes del estreno de la película) y del papel protagonista de Jean-Pierre Léaud (actor icónico de la Nouvelle Vague) o de la aparición final de Serge Reggiani (protagonista de la memorable Paris bajos fondos), cabe destacar los guiños evidentes al Billy Wilder de El apartamento (en los planos iniciales del protagonista en su oficina – fotograma 1) o a El séptimo sello de Ingmar Bergman (¿se puede atribuir a la casualidad el innegable parecido del asesino a sueldo - Kenneth Colley - con Max Von Sydow en el film de Bergman?), además de las ya conocidas referencias formales al cine de Bresson. Por si esto no bastara, y aunque los créditos del film atribuyen el origen del guion a una idea inicial del también finlandés Peter von Bagh, parece claro que la génesis del argumento se encuentra en el viejo film de Robert Siodmack de 1931, Der Mann, der seinen Mörder sucht (en cuyo guion participó precisamente un jovencísimo Billy Wilder), película que no he tenido ocasión de ver pero que presenta una historia prácticamente calcada a la del film de Kaurismaki.
 
Sea como sea, es innegable que la tragedia del pobre oficinista que, tras ser despedido fulminantemente de su trabajo y viéndose incapaz de consumar un suicidio, contrata a un asesino a sueldo para que acabe con su propia vida, es un historia que contiene todos los ingredientes para que Kaurismaki nos ofrezca una nueva muestra de su personalísima y cínica visión acerca de la hostilidad del mundo moderno hacia la existencia del hombre común y corriente. No sólo eso: en una muestra de tremenda lucidez premonitoria, Kaurismaki esboza ya en 1990 las temibles formas de una Europa a las puertas de la devastadora crisis social y económica que asola al continente en nuestros días, tal como apuntan las referidas imágenes iniciales de una ciudad en ruinas y como vemos en la secuencia del despido de Henry a manos de sus superiores (“Supongo que entiende que debemos empezar con los extranjeros”, le espeta sin subterfugios el director de la oficina al protagonista), escena a la que sigue la tan kaurismakiana y no menos explícita imagen de la retirada de la mesa de trabajo de Henry, del cual vemos únicamente el cuerpo (no el rostro), como si de un mueble más de la vieja oficina se tratara (fotograma 2).
 
Como la mayoría de los protagonistas de la obra de Kaurismaki, Henry es por tanto un personaje perseguido por la adversidad, circunstancia que (en esta ocasión más evidentemente que en otros títulos del director) dará lugar a una comicidad que oscila entre el patetismo y la hilaridad de las situaciones que la provocan. Tres momentos como muestra de lo expuesto: 1) después de fallar en su primer intento de suicidio con una soga, Henry introduce la cabeza en el horno de la cocina y abre la llave del gas hasta que, pocos segundos después, el sonido del gas cesa fulminantemente (fotograma 3); en la imagen siguiente un vendedor de periódicos anuncia la huelga del suministro de gas en toda la ciudad (!); 2) tras arrepentirse de su decisión de dejar de vivir (a raíz de su encuentro con Margaret - Margi Clarke -, la bella vendedora de rosas), Henry regresa al bar en el que contrató a su asesino para revocar su orden y se encuentra con que el edificio en el que se ubicaba el local está ahora completamente en ruinas (!); 3) Henry sorprende en pleno atraco a una joyería a dos de los sicarios con los que contactó para acabar con su vida, y cuando éstos huyen le dejan en su mano la pistola con la que acaban de disparar al joyero, imagen acusadora del protagonista que queda registrada de forma inapelable por la cámara de seguridad de la tienda (!).
 
Y mientras la historia de Henri Boulanger transcurre a golpes de esa patética comicidad, el peso de la tragedia recae enteramente en el personaje del asesino que corre su particular carrera contrarreloj para ejecutar su último trabajo antes de sucumbir al cáncer terminal que padece. Es la insólita imagen de la muerte enfrentada a su propio e inexorable destino, a la admisión de la propia derrota, tal como le confiesa finalmente el asesino a Henri en el inesperado desenlace de la película: “Soy un perdedor. La vida es una decepción” (fotograma 4)
 
David Vericat
© cinema esencial (marzo 2014)
 
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VER EN FILMIN
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VÍDEOS: 
Fragmento: secuencia final (V.O.I.)

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