Bailar en la oscuridad

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Director:
Lars von Trier

Título Original: Dancer in the Dark / Año: 2000 / País: Dinamarca-Alemania-Holanda-Italia-EEUU-Reino Unido-Francia-Suecia-Finlandia-Islandia-Noruega / Productora: Fine Line Features / Zentropa Entertainments4 / Trust Film Svenka / Liberator Production / Film I Väst / Duración: 140 min. / Formato: Color - 2.35:1
Guión: Lars von Trier / Fotografía: Robby Müller / Música: Björk
Reparto: Björk, Catherine Deneuve, David Morse, Peter Stormare, Jean-Marc Barr, Joel Grey, Udo Kier, Vincent Paterson, Cara Seymour, Vladica Kostic, Siobhan Fallon, Zeljko Ivanek, Jens Albinus
Fecha estreno: 17/05/2000 (Cannes Film Festival)

Bailar en la oscuridad se inicia con la versión orquestal de New World (el tema que canta Selma Jezkova – Bjork - al final de la película), una secuencia de apertura musical al estilo de las grandes superproducciones del género (especialmente parecida al inicio de My Fair Lady, de George Cukor) que se verá abruptamente interrumpida por el austero cartel con el título de la película, seguido de las primera imágenes (cámara en mano y con cortes sin continuidad) en las que vemos a Selma ensayando una escena de Sonrisas y lágrimas para el grupo de teatro amateur en el que participa (fotograma 1). Este contraste formal apuntado desde el arranque se va a mantener a lo largo de toda la película y así, mientras las secuencias que describen el drama de la protagonista son narradas al más puro estilo Dogma, las escenas musicales (fruto de la ensoñación de Selma) presentan una puesta en escena que, aún manteniendo el personal estilo del director, hacen pensar inevitablemente en las grandes secuencias musicales de los clásicos de la época dorada de Hollywood.

 

¿Un musical sobre la pena de muerte? Estamos, sobra decirlo, ante una de las más iconoclastas muestras de la historia del género. Probablemente la manera más lúcida de plasmar la esquizofrenia de una sociedad (la norteamericana) capaz de aunar en grado más extremo que ninguna otra lo mejor y lo peor del ser humano: sus luces y sus sombras, el bien y el mal. El espectáculo de la vida (los musicales) y el de la muerte (la pena de muerte).

 

“Cuando estoy trabajando en la fábrica y las máquinas hacen ritmos empiezo a soñar y todo se vuelve música”, le confiesa una inocente Selma a Bill (David Morse), su vecino y casero, quien, ahogado por las deudas, pretende que la protagonista le dé en préstamo los ahorros que ésta atesora para poder operar a su hijo y salvarle de la ceguera hereditaria a la que ella está irremisiblemente condenada (de nuevo las luces y sombras, el ying y el yang: la Norteamerica a la que llega la inmigrante Selma podrá salvar a su hijo de la ceguera, a la vez que acabará condenando a la protagonista al peor de los destinos).

 

Y a partir del sonido acompasado de las máquinas de la fábrica, Selma Jezkova recrea la primera de las grandes escenas musicales de la película (Cvalda). Un recurso, el del sonido diegético tomado de un elemento de la realidad, que la protagonista utilizará para dar entrada a la ensoñación de cada nuevo número musical (todos ellos apoyados en la extraordinaria fuerza vocal de su protagonista): el ruido de las ruedas del ferrocarril, en el trayecto de Selma a casa junto a Jeff (Peter Stormare) tras ser despedida de la fábrica (I’ve Seen It All – fotograma 2); el sonido de la aguja de un tocadiscos, después de la muerte de Bill a manos de Selma (Scatterheard; una secuencia en la que destaca el plano cenital con la enorme bandera estadounidense que preside la casa de los Houston – fotograma 3 - mientras, a pocos metros, una vieja cañería escupe sin tregua las aguas residuales en el riachuelo que atraviesa la zona – fotograma 4); las baquetas del batería del grupo teatral, en la escena previa a la detención de la protagonista, y el ruido del lápiz de los ilustradores presentes en el juicio (In the Musicals); los pasos de la protagonista en su trayecto hasta el patíbulo (107 Steps).

 

Pero el recurso escapista de los números musicales que Selma recrea en su imaginación acaba drásticamente cercenado por la trágica realidad de los acontecimientos, y los trucos que la protagonista utilizaba en su infancia (“Cuando era niña en Checoslovaquia solía hacer trampa. Me salía del cine justo después de la penúltima canción. Así la película seguía para siempre”) no podrán impedir que el drama tome en este caso pleno protagonismo.

 

Para entonces, un último número musical (New World), que Selma dedica a su hijo Gene (Vladica Kostic) desde el mismo patíbulo, justo antes de ser ejecutada (fotograma 5). Un tema interpretado a capela, rodado, esta vez sí, con el mismo estilo de puesta en escena que Trier utiliza en las secuencias no musicales del filme, y que será salvajemente interrumpido por el seco sonido de la soga tensada por el peso del cuerpo ya sin vida de Selma.

 

El sueño ha terminado.

 

David Vericat

© cinema esencial (julio 2015)

 

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