Si algo sorprende del planteamiento de Scarface, es la ausencia del más mínimo tono moralista de la película o su renuncia, cuando menos, a intentar ofrecer cualquier explicación al comportamiento criminal de su protagonista. Si en su predecesora El enemigo público (William A. Wellman, 1931), primer gran acercamiento al género de gàngsters del sonoro, se nos mostraba el entorno social y familiar en el que crecía el personaje principal de la película como un factor decisivo en su posterior carrera delictiva, nada de eso encontramos en Scarface, más allá de mostrar a su protagonista, Tony Camonte (Paul Muni), como un personaje de mentalidad infantil que parece incapaz de comprender la diferencia entre el bien y el mal.