La invasión de los ladrones de cuerpos

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La invasión de los ladrones de cuerpos
Director:
Don Siegel

Título Original: Invasion of the Body Snatchers / Año: 1956 / País: Estados Unidos / Productora: Allied Artists / Duración: 80 min. / Formato: BN - 1.85:1
Guión: Daniel Mainwaring (Relatos: Jack Finney) / Fotografía: Ellsworth J. Fredericks / Música: Carmen Dragon
Reparto: Kevin McCarthy, Dana Wynter, Larry Gates, Carolyn Jones, King Donovan, Virginia Christine, Tom Fadden, Guy Way, Sam Peckinpah
Fecha estreno: 05/02/1956 (USA)

Resulta paradójico comprobar cómo dos posturas ideológicas tan contrapuestas como la de la derecha más reaccionaria y la perteneciente a una corriente más progresista hicieron suyo (lo hacen todavía hoy) el mensaje político de un filme como The body Snatchers. Ciertamente, es innegable que la terrorífica historia del pequeño pueblo que sufre la invasión de una misteriosa plaga alienígena capaz de suplantar a todos sus habitantes con un ejército de réplicas físicamente idénticas pero carentes de cualquier rasgo emocional, puede ser interpretada igualmente como una crítica a los preceptos más totalitarios del comunismo soviético (la película se enmarca en plena guerra fría entre las dos grandes potencias) o, en sentido contrario, como una (más sutil, y personalmente mi preferida) denuncia a la desaforada cruzada anticomunista del senador McCarthy (la tristemente famosa caza de brujas de Hollywood, que se llevó a cabo justamente en la primera mitad de la década de los cincuenta). Sea como fuere, y hecha la adscripción a una u otra interpretación según las preferencias de cada espectador (al fin y al cabo, quizá sea ese el gran acierto de la propuesta, al posibilitar ambas opciones evidenciando por tanto sus coincidencias en los aspectos más perniciosos), sólo cabe disfrutar de este magnífico thriller en clave de ciencia ficción (o a la inversa) servido con pulso maestro por Don Siegel (que, al parecer, admitía las evidentes alusiones de la película al McCarhysmo) a partir de la novela homónima de Jack Finney (quien, por el contrario, se esforzaba en negar cualquier referencia política en su obra).
 
El arranque de la película, narrada en clave de flashback por el doctor Miles J. Bennell (Kevin McCarthy) desde el hospital psiquiátrico en el que se encuentra retenido, es ejemplar: “Todo empezó el jueves pasado, al menos para mí. A primera vista todo parecía igual… pero no lo era”, explica el protagonista para describir el ambiente de la pequeña población de Santa Mira a su regreso de un congreso médico. Y ya desde el primer momento una serie de extraños sucesos van a ir generando en Miles un sentimiento de zozobra que va a ir progresivamente en aumento: la relación por parte de su enfermera Sally (Jean Willes) de la multitud de pacientes esperando ser atendidos en la consulta (razón que había forzado el precipitado regreso del protagonista); el sobresalto por la repentina aparición en la carretera de un niño huyendo de su propia madre que Miles está a punto de atropellar (fotograma 1); la visión de un pequeño puesto de verduras (“sólo hace un mes el más limpio y concurrido de todos”) completamente abandonado por sus dueños; la imagen de la sala de espera, hasta el día anterior abarrotada de pacientes, ahora completamente vacía (interesante el detalle de Miles reconociendo como “normalidad” la alienada vida de sus conciudadanos que observa a través de la ventana de su consulta, en un plano que hace pensar en las secuencias urbanas recreadas por los realizadores televisivos en El Show de Truman); y los primeros casos de testimonios que aseguran ante el protagonista no reconocer a los miembros de su propia familia (“Ya no tiene esa mirada. No hay emoción. Nada en absoluto”). Episodios que culminarán con la llamada que Miles recibe durante su cita nocturna con Becky Briscoll (Dana Wynter) para ser informado de la extraña aparición de un cuerpo con forma humana pero “todavía no terminado, como la primera impresión de una moneda” (fotograma 2) en la vivienda de Jack y Teddy Belicec (King Donovan y Carolyn Jones).
 
A partir de este momento los acontecimientos se precipitan, y el ritmo se acelera de forma vertiginosa (magnífico el plano de Miles descendiendo de su automóvil en marcha después de conducir a toda velocidad hasta la vivienda de Becky ante la sospecha del peligro al que ésta se expone). Tras descubrir en su propia vivienda las misteriosas vainas de las que emergen cuerpos en gestación destinados a convertirse en sus propias réplicas, Miles y Becky emprenden una huida que les llevará a refugiarse en la consulta del protagonista, desde donde será testigos del terrible destino al que ha quedado sometida toda la población: desde la ventana observan lo que a primera vista parece la vida normal de sus habitantes (de nuevo, una imagen de cotidianidad que produce un extraño sentimiento de desasosiego), hasta que, de repente, la multitud se reúne en silencio en el centro de una plaza para recibir de unos camiones el reparto de las misteriosas vainas destinadas a propagar la invasión (fotograma 3). Como escribía José María Latorre en relación a la película de Siegel en su magnífico volumen sobre El cine fantástico: “el enemigo de nuestra personalidad está dentro de nosotros, en nuestra forma de aceptar ciegamente la mediocre rutina cotidiana”.
 
Imitando los inexpresivos movimientos de los invasores para hacerse pasar por uno de ellos y poder así burlar su vigilancia (hasta que la emotiva reacción de Becky ante la visión de un perro a punto de ser atropellado les delata de nuevo), los protagonistas consiguen huir y refugiarse en una vieja mina abandonada a las afueras de la población. Y es en este momento cuando el filme nos sorprende con una última secuencia de cáustica y desesperanzada ironía: desde el interior de la mina, escuchan una apacible melodía religiosa; “Nunca he escuchado algo tan bello. No somos los únicos que conocen el amor”, exclama esperanzada Becky antes de que Miles salga a inspeccionar el origen de la música y descubra horrorizado que ésta proviene de los altavoces de una inmensa plantación de vainas destinadas a propagar la invasión (fotograma 4). Una nueva y elocuente advertencia sobre cómo los mecanismos de terror pueden camuflarse bajo las formas en apariencia más apacibles.
 
 
David Vericat
© cinema esencial (abril 2016)
 
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VÍDEOS: 
Trailer (V.O.I.)

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