Envuelto en la sombra

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Envuelto en la sombra
Director:
Henry Hathaway

Título Original: The Dark Corner / Año: 1946 / País: Estados Unidos / Productora: Twentieth Century Fox / Duración: 99 min. / Formato: BN - 1.37:1
Guión: Jay Dratler, Bernard C. Schoenfeld/  Fotografía: Joseph MacDonald / Música: Cyril J. Mockridge
Reparto: Lucille Ball, Clifton Webb, William Bendix, Mark Stevens, Kurt Kreuger, Cathy Downs, Reed Hadley, Constance Collier, Eddie Heywood
Fecha de estreno: 08/05/1946

Una de las principales características que distinguen Envuelto en la sombra respecto de la mayoría de títulos del género negro (y más concretamente, del género negro detectivesco), en los que normalmente resulta difícil atar todos los cabos de los hechos que se nos narran (citemos como paradigmática en este sentido la extraordinaria El sueño eterno, de la que, según Hawks, ni los propios guionistas eran capaces de identificar al autor de algunos de los asesinatos allí cometidos), es la meridiana claridad con la que se nos expone la compleja trama criminal en la que se ve envuelto su protagonista, el detective Bradford Galt (Mark Stevens). Ello es debido en buena parte (además de al propio estilo de Hathaway, director poco dado a andarse por las ramas) a que el guión de Jay Dratler y Bernard C. Schoenfeld nos permite ir casi siempre un paso por delante de las pesquisas del protagonista; es decir, conocemos lo que la va a suceder (y por tanto, la intriga de la que es víctima el personaje principal) antes de que suceda, con lo cual, además de poder seguir perfectamente el argumento, se consigue un efecto de suspense que provoca la atención del espectador en todo momento, impaciente por saber, no lo que está sucediendo, sino si será capaz el protagonista de descubrir el entramado criminal en el que se ve envuelto (otra particularidad de la cinta, de hecho: el detective es a la vez perseguidor y objetivo principal del conspirador).
 
Otra de las características del film de Hathaway es su reducido número de personajes (alejándose de nuevo de la tónica general, en la que acostumbran a ser tan numerosos que muchos de ellos son difíciles de identificar o simplemente se confunden entre sí). Aquí son únicamente seis: el mencionado protagonista; su secretaria, Kathleen Stewart (Lucille Ball); el ex socio del detective, Anthony Jardine (Kurt Kreuger); el galerista Hardy Cathcart (Clifton Webb); su joven esposa, Mari Cathcart (Cathy Downs); y el matón contratado por éste, Stauffer (William Bendix). Cabe destacar, en este sentido, el magnífico reparto encargado de interpretar a cada uno de los personajes: Mark Stevens, actor de segunda fila, encaja perfectamente en el papel de detective de poca monta que intenta compensar su más bien escasa reputación con una actitud forzadamente bravucona (un modo de actuar que, se diría, es el mismo al que recurre el propio actor para defender su papel); Lucille Ball, una actriz de físico no excesivamente despampanante y a las puertas ya de la madurez, se ajusta igualmente como un guante al personaje de secretaria (y seguidamente, amada) del protagonista, mucho más valiosa (por una vez) por su inteligencia que por su belleza; Clifton Webb nos ofrece su acostumbrada elegancia cínica para encarnar al acaudalado galerista, personaje que sin duda bebe del que interpretó a las órdenes de Otto Preminger en la mítica Laura (y desde mi punto de vista, incluso lo supera); William Bendix está extraordinario como el matón encargado de llevar a cabo la trama criminal ideada por Cathcart; mientras que Kurt Kreuger y Cathy Downs cumplen de manera más que convincente con sus respectivos papeles de amantes que provocarán la enrevesada trama criminal ideada por Cathcart.
 
“Estoy acorralado en un rincón oscuro y no sé quién me está golpeando”, declara el detective en un momento de la película, cuando el espectador ya conoce todos los detalles de la trama criminal de la que es víctima: el galerista Cathcart, al descubrir que su joven esposa tiene una relación con el seductor Jardine (que años atrás fue socio de Galt y provocó que éste acabara injustamente entre rejas después de robar dinero de la empresa), intenta que Galt crea que su ex socio pretende matarle para que sea él el que acabe con su vida, consiguiendo así retener a su esposa consigo. Para ello, Cathcart contrata al matón Stauffer para que siga a Galt y se deje atrapar confesando que trabaja al servicio de Jardine; pero, al no conseguir su objetivo (Galt únicamente propina una paliza a Jardine), pasan al siguiente plan, consistente en que Stauffer asesina a Jardine en el apartamento de Galt para inculparle ante la policía del crimen.
 
Hathaway rueda esta compleja trama criminal, como ya se ha dicho, con pasmosa claridad, sirviéndose de una estructura de guión que, al igual que sucede en los films de Alfred Hitchcock, plantea durante la primera mitad una situación que ni el protagonista ni el espectador puede descifrar para, a mitad de la película, introducir una escena explicativa (aquí el encuentro entre Cathcart y Stauffer) en la que únicamente el espectador conoce los detalles de la intriga de la que es víctima el detective, evitando de este modo el tan celebrado (y aburrido) whodunit (1) para derivar en una mucho más estimulante trama de suspense basada en los peligros que el espectador sabe que acechan al protagonista (“¿Cómo es posible defenderse si no sabes quién es tu enemigo?”, se lamenta con impotencia en otra ocasión Galt ante Kathleen).
 
Pero, además de las virtudes de su guión, la película hace gala de una puesta en escena que se sirve del contraste de luces y sombras tan característico del género para ofrecer una galería de planos extraordinarios (mérito compartido del director de fotografía Joseph MacDonald, en uno de sus primeros grandes trabajos que tendrían continuidad con títulos como Pasión de los fuertes, Cielo amarillo, El demonio del mar, Pánico en las calles o Manos Peligrosas). Véase, por ejemplo, el plano de Galt en su despacho, con las enormes sombras de su silueta y la botella de whisky en la pared (imagen de un pasado que le atenaza – fotograma 1); el de los dos amantes besándose en secreto, cuya sombra es descubierta por el despechado Cathcart (fotograma 2); o la magnífica secuencia en la que Stauffer asesina a Jardine en el apartamento de Galt, toda ella en una estancia en penumbra en la que las cortinas proyectan un entramado de sombras sobre los personajes (fotograma 3).
 
Hay también un sugerente uso de los espejos, como en la imagen de Kathleen besando a Galt (el rostro del detective reflejado en el espejo, con la mirada perdida en un pasado amenazante) o, sobre todo, el magnífico plano de Mari Cathcart reflejada en el espejo ante la mirada de su esposo, como si se tratara del cuadro que el galerista había mostrado como una de sus más valiosas adquisiciones (fotograma 4). Cathcart, obsesionado por la incorruptible belleza de la juventud, ve en Mari la encarnación de la joven del cuadro, y su deseo, expresado en forma de predicción (“No quiero que envejezcas jamás. Permanecerás eternamente joven, como una Madonna, que vive, respira y sonríe, y me pertenece”), acabará materializándose fatalmente en la última escena de la película.
 
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(1) Una trama criminal en la que todo gira en torno a la identificación del asesino, que no se produce hasta el final de la historia
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David Vericat
© cinema esencial (septiembre 2019)
 
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