Avaricia
“Tres semanas no bastarían para intentar expresarles la pena que sentí tras la mutilación de mi propia obra”
Erich von Stroheim
“Tres semanas no bastarían para intentar expresarles la pena que sentí tras la mutilación de mi propia obra”
Erich von Stroheim
No es fácil llevar a cabo ejercicios críticos sobre el cine de los orígenes, aquel que manufacturaron los pioneros allá por los finales del siglo XIX y los albores del XX, y en el que primaba más la búsqueda de soluciones técnicas a problemas todavía no resueltos que una voluntad ficcional narrativa que aún carecía de códigos, mecanismos y fórmulas para un feliz desarrollo.
Si hay un hecho que ha motivado que La carreta fantasma sea algo más conocida entre el aficionado medio que muchas otras obras de la época del cine mudo, éste es sin duda el del homenaje que en su día le realizara Stanley Kubrick en la secuencia más celebrada de El resplandor (The Shining, 1980).
Que el de la comedia es un género muy serio es un hecho palpable desde los inicios del cinematógrafo, cuando los hermanos Lumière deciden pasar de sus primeras cintas documentales (tras la fundacional La salida de los obreros de la fábrica, 1985) al cine de ficción precisamente con un título de género cómico (El regador regado, 1895), si no la primera, sí la más popular entre las primeras películas de ficción de la historia del cine.
De entre las valoraciones sobre una obra cinematográfica comúnmente aceptadas como incontestables, debo admitir que la que sitúa Amanecer no sólo como el mejor film de Murnau, sino también como una de las obras cumbre de la historia del cine, siempre me ha provocado cierto desconcierto.
Si la principal intención a la hora de crear esta página personal fue la de conseguir grabar en la memoria la esencia formal y temática de los grandes creadores de imágenes de la historia del cine, no es menos cierto que otra gran motivación es también la de descubrir alguna de las grandes obras de esos creadores que en mi caso permanecen todavía inéditas (ya sea por descuido, ya sea por tratarse realmente de películas que dormitan, todavía hoy en día, prácticamente en el anonimato).
Cuando un personaje puede aparecer ataviado con su eterno atuendo en cualquier circunstancia y lugar sin que pongamos en cuestión la veracidad de su presencia es que ese personaje ha trascendido las reglas y convenciones de la ficción para convertirse en una figura icónica.
Cuenta la leyenda que una fría tarde de enero de 1896, en una de las primeras sesiones cinematográficas de los hermanos Lumière en la oscura sala de un café parisino, el público se levantó aterrorizado de sus sillas ante la visión de una enorme locomotora aproximándose de manera inexorable hasta los límites de la pantalla. Mito o realidad, lo cierto es que el impacto que debió producir la imagen del monstruo ferroviario llegando a la estación de La Ciotat a los ojos de un público cinematográficamente virginal hubo de ser considerable.
En estos tiempos de escasez de ideas en los que tanto abundan las segundas y terceras versiones (los tan desprestigiados remakes), no sólo de algunos de los grandes clásicos (que la pereza de gran del público mantiene en el más oscuro de los olvidos) sino incluso de peliculitas rodadas hace apenas un par de décadas (¡que esa misma parte del público ya debe considerar antiguas!), es sorprendente que no exista todavía (o al menos yo no lo he sabido encontrar) un remake de una filme como La última orden, teniendo en cuenta la originalidad e ingenio de su pro
Penúltima gran obra de la turbulenta filmografía de Stroheim (para mi gusto, superior a la posterior e inacabada Queen Kelly, al menos en lo que el metraje final de aquélla nos deja entrever), La marcha nupcial parte de una situación argumental que el director repetiría en los tres títulos posteriores a la monumental Avaricia: un personaje vinculado con la realeza se ve obligado a renunciar a su amor por una plebeya a causa de las obligaciones de su posición.