M, el vampiro de Düsseldorf

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Director:

Título Original: M / Año: 1931 /  País: Alemania / Productora: Nero Film / Duración: 111 min. / Formato: B/N - 1.19:1
Guión: Thea von Harbou, Fritz Lang / Fotografía: Fritz Arno Wagner / Música: Edvard Grieg
Reparto:  Peter Lorre, Otto Wernicke, Gustav Gründgens, Theo Lingen, Theodor Loos, Georg John, Ellen Widman, Inge Landgut
Fecha de estreno: 11/05/1931 (Berlín)

"Espera un poco
Que pronto viene el coco
Con su cuchillo
Para hacerte picadillo"
 
Primer film sonoro y penúltimo de la etapa alemana de Fritz Lang (su último trabajo antes exiliarse a raíz de la subida al poder del nazismo sería El testamento del Dr. Mabuse, en 1933), M supone la culminación formal de la etapa muda del director a la vez que su extraordinaria primera incursión en el cine sonoro, tanto por el uso de los diálogos (Lang los utiliza de manera ejemplar, ya sea en on o en off, para describir la búsqueda del asesino por parte de la policía y de las bandas mafiosas) como por el tratamiento del sonido y la ausencia del mismo en muchos casos. Nunca antes como en M el plano de una escalera vacía y en silencio como el que aparece al principio de la película, con la madre esperando en vano el regreso de su hija, había sido tan angustiante (fotograma 1). Pocos directores entendieron tan rápidamente que una de las grandes bazas del cine sonoro era justamente poder utilizar el silencio de manera dramática.
 
Todo el arranque del film es extraordinario, desde el plano inicial del corro infantil en el patio de vecinos hasta la antológica secuencia con la que culmina el asesinato de la pequeña Elsie. Es justamente en este inicio, prácticamente sin diálogos, donde Lang se permite hacer uso de algunos recursos formales más característicos del cine mudo (uno diría que el director se despide conscientemente de una manera de hacer cine): el ya citado plano de la escalera vacía, la imagen del plato en la mesa esperando la llegada de Elsie, el magistral plano en el que la sombra del asesino (un impresionante Peter Lorre) oscurece el cartel policial contra el cual la pequeña Elsie juega a la pelota (fotograma 2), o los dos planos finales que evidencian el asesinato de la niña (una pelota sale rodando hacia un matorral; el globo que el asesino había comprado a la niña aparece enredado en unos cables eléctricos y finalmente sale volando) son algunas de las imágenes con las que Lang compone de manera ejemplar la inquietante atmósfera que va a marcar toda la película.
 
Una atmósfera que refleja, no sólo el clima de terror que se apodera de la ciudad tras el nuevo crimen del vampiro, sino también, y de forma mucho más implacable, la histeria que invade las calles a la búsqueda de un posible culpable: tras el nuevo asesinato, todo el mundo pasa a ser sospechoso. La masa señala y juzga. Nadie quiere quedar en evidencia y el mínimo gesto dudoso pasa a ser motivo para la condena, como vemos en la escena en la que un hombre de aspecto inofensivo es abordado por la muchedumbre únicamente por haber dado la hora a una niña.
 
Rodada apenas dos años antes del ascenso al poder de los nazis, imposible no ver en M un clarísimo presagio y una contundente denuncia de la asfixiante situación política que se estaba gestando en el país. Una denuncia que alcanza su máxima y más osada expresión con la irrupción en la película de las principales bandas mafiosas de la ciudad, las cuales, ante la inoperancia de la policía, y viéndose perjudicados por las constantes redadas que les impiden ejercer impunemente su actividad, deciden actuar por su cuenta para intentar capturar al asesino. Lang utiliza el discurso del líder de los capos mafiosos para evocar de forma inequívoca al de un Hitler que estaba a punto de tomar el poder: “¡Esta bestia no tiene derecho a existir, debe esfumarse, debe ser extinguida, exterminada sin clemencia ni misericordia!”
 
Esta equiparación del comportamiento de las élites en el poder (políticos y policía) y las organizaciones mafiosas se expresa de manera magistral en la secuencia en la que, mediante montaje en paralelo, ambas “organizaciones” discuten la mejor estrategia para atrapar al asesino. El comportamiento, los gestos, y los argumentos son perfectamente intercambiables entre ambos escenarios y la puesta en escena es tan minuciosa que Lang llega incluso a encadenar con racord de movimiento el discurso del capo la mafia con el del jefe de la policía.
 
Ante esta situación de verdadero estado policial, la figura del asesino se erige como evidente imagen que representa a la vez al monstruo y a la víctima: el monstruo de una sociedad incapaz de reconocer el germen del mal que se estaba gestando en su propia esencia (la imagen del asesino frente al espejo) y la víctima de esa misma sociedad actuando despiadadamente bajo la doctrina autoritaria del nazismo (la letra M con que uno de los vagabundos consigue marcar la espalda del asesino alude claramente a la estrella que deberían llevar muy pronto todos los judíos para ser identificados - fotograma 3).
 
Acorralado por las hordas de maleantes y finalmente sometido a juicio por los mafiosos, el asesino responde a la acusación de manera implacable: “¿Quién eres tú? ¿De qué me hablas? ¿Quiénes sois vosotros? Criminales, del primero al último. Pero yo, ¿acaso puedo cambiar? ¿Acaso no tengo esa semilla maldita en mí? ¿Ese fuego, esa voz, ese suplicio?”.
 
La del monstruo es finalmente la imagen que nos devuelve el espejo.
 
David Vericat
© cinema esencial (enero 2014)
 
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Comentarios

Super clásico con un final donde los que juzgan son de la misma calaña que el juzgado. Ahora, las tomas de una escalera desde arriba o desde abajo son tan comunes en diferentes filmes, diferentes épocas, géneros y directores, que siempre me pregunté quien empezó, de quien fue la idea, existió uno solo? Por la fecha, posiblemente FL haya sido el primero.

Ciertamente: todo està en los clásicos ;-)

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