El bazar de las sorpresas

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El bazar de las sorpresas
Director:
Ernst Lubitsch

Título Original: The Shop around the Corner / Año: 1940 /  País: Estados Unidos/ Productora: Metro-Goldwyn-Mayer / Duración: 94 min. / Formato: B/N - 1.37:1
Guión: Samson Raphaelson (Obra: Miklós László) / Fotografía: William Daniels / Música: Werner R. Heymann
Reparto:  James Stewart, Margaret Sullavan, Frank Morgan, Joseph Schildkraut, Felix Bressart, William Tracy, Sara Haden, Inez Courtney, Sarah Edwards, Edwin Maxwell, Charles Halton, Charles Smith
Fecha estreno: 10/01/1940 (San Francisco, California)

“Esta es la historia de Matuschek y Cía., del Sr. Matuschek y de quienes trabajan con él. La tienda está justo en la esquina de la calles Andrassy con Balta, en Budapest, Hungría”.
 
El texto inicial de “El bazar de las sorpresas” señala claramente dos elementos principales de la película y no demasiado frecuentes en la filmografía de Lubitsch: su protagonismo coral y la ubicación de la historia casi exclusivamente en el pequeño espacio de la tienda de Matuschek. Ciertamente, podríamos decir que, aun siendo una película con el indiscutible toque Lubitsch, la historia de “El bazar de las sorpresas” contiene algunas particularidades que la diferencian de sus obras más características y que hacen pensar en el cine de Capra: por encima de todo, su ya citado protagonismo coral, pero también una mirada inusualmente afable hacia la mayoría de sus personajes que nos recuerda inevitablemente al director de “Qué bello es vivir” (a lo que sin duda contribuye también la presencia de James Stewart, que había protagonizado “Vive como quieras” y “Caballero sin espada” justo antes de intervenir por primera y única vez en un film de Lubitsch).
 
Nos encontramos así ante un film en el que conviven dos tramas casi igualmente importantes: por un lado, la sempiterna historia de amor y guerra de sexos tan característica en la filmografía de Lubitsch (en este caso entre Alfred Kralik – James Stewart – y Klara Novak – Margaret Sullavan), y por el otro, la mucho más “capriana” historia de Matuschek (Frank Morgan), el dueño de la tienda que mantiene una relación casi paternal con sus empleados (fotograma 1) y que verá como su pequeño y estable mundo se viene abajo al tener conocimiento de la infidelidad de su esposa, justamente con uno de sus dependientes.
 
La excusa argumental que da pie a la trama romántica de la película es a la vez sencilla y tremendamente contemporánea a ojos del espectador actual (no en vano, existe un reciente remake del film cuyo nombre no merece la pena recordar aquí): Alfred Kralik y Klara Novak, compañeros de trabajo en la tienda de Matuschek, mantienen una romántica y anónima relación epistolar a partir de un anuncio de contactos a la vez que, desconociendo la verdadera identidad del otro, se hacen a diario la vida imposible durante su jornada laboral (fotograma 2). A partir de este equívoco, Lubitsch pondrá en escena su ya característica visión de la guerra de sexos, tamizada en este caso por una tonalidad que deja un tanto de lado la mirada ácida de títulos como “Un ladrón en la alcoba” o “La octava mujer de barba azul” para ofrecer una visión ligeramente más amable, a tono con el tratamiento del resto de tramas que conforman el argumento de la película.
 
Hay en todo caso numerosos elementos que delatan la autoría del director alemán: desde una puesta en escena que busca siempre la máxima sencillez y eficacia (“hay mil posibles sitios donde ubicar la cámara, pero únicamente uno válido”), hasta la presencia de personajes secundarios más que reconocibles (aquí, especialmente el dependiente Pirovitch - Felix Bressart – un personaje que cada vez que Matuschek pide opinión sobre algún tema huye sigilosamente para evitar cualquier conflicto), sin olvidar lógicamente algunos gags memorables, como los que Lubitsch construye a partir del magistral uso de las elipsis tan característico del director. Sirva a modo de ejemplo el siguiente: después de una primera y larguísima secuencia en la que Matuschek y Alfred discuten sobre el valor de unas cigarreras que el dueño de la tienda está empeñado en incorporar a su inventario (Alfred cree, en contra de la opinión de Matuschek, que las cigarreras no son un buen artículo), Matuschek acaba contratando a Klara Novak (que ha acudido a la tienda en busca de trabajo) al observar como ésta logra vender una de las cigarreras a una clienta por un precio incluso superior al inicialmente establecido (5,50 en lugar de 4,25).  Fin de la secuencia. Corte a un travelling exterior de la calle nevada (reflejando el salto temporal) que finaliza en un plano del escaparate de la tienda en la que vemos las cigarreras… ¡con un cartel de oferta! (“antes 5,50, ahora 2,29”). Tras la secuencia inicial entre Matuschek, Alfred y Klara (sus discusiones sobre la cigarrera a partir de los distintos puntos de vista e intereses de cada uno: Matuschek queriendo imponer su autoridad, Alfred pretendiendo mantener su fama de empleado de máxima confianza y Klara intentando ganar puntos para obtener su empleo), con esta genial elipsis en forma de gag Lubitsch nos permite imaginar la evolución de las relaciones entre los tres personajes sin necesidad de plasmarla en la pantalla (fotograma 3)
 
Tras este salto temporal, la película se estructura alternando los distintos (des)encuentros entre Alfred y Klara (especialmente brillante la secuencia entre los dos personajes en el café, una vez que Alfred ya ha descubierto la identidad de Klara) con la emotiva historia de Matuschek tras enterarse de la infidelidad de sus esposa (“Durante veintidós años hemos estado casados. Durante 22 años me he sentido orgulloso de mi mujer. Bueno, ella… simplemente no ha querido envejecer conmigo”).  
 
A raíz de este desengaño amoroso, los acontecimientos se precipitan con el intento de suicidio de Matuschek y el consiguiente ascenso de Alfred como nuevo gerente de la tienda. Justo antes de esta circunstancia, un plano secuencia especialmente brillante que se erige como uno de los momentos cumbre de la película: partiendo de un plano general del interior de una estafeta de correos, la cámara sigue en travelling a un empleado que cruza el plano hasta llegar a la parte posterior de un enorme casillero con los apartados de correos y, desde ahí, acercarse hasta un plano detalle de la casilla del apartado 237, que destaca con respecto a las casillas contiguas por encontrarse vacía de sobres. Por la parte anterior, la pequeña puerta de la casilla se abre y una mano irrumpe para palpar el espacio vacío (temerosa pero insistente, buscando el tacto del sobre ausente). La mano desaparece y tras ella vemos parte del rostro desolado de Klara, que, incrédula, inspecciona ahora con la mirada el casillero para finalmente bajar la mirada y cerrar abatida la portezuela. De nuevo aquí, pero esta vez con trazas de absoluta genialidad, imposible expresar de manera más simple y eficaz el cortísimo recorrido que puede haber entre la ilusión y el desengaño (fotograma 4)
 
Una vez más, en palabras de Lubitsch, “hay mil posibles sitios donde ubicar la cámara, pero únicamente uno válido”.
 
David Vericat
© cinema esencial (noviembre 2013)

VÍDEOS: 
Trailer (V.O.I.)

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