Cléo de 5 a 7

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Director:
Agnès Varda

Título Original: Cléo de 5 à 7 / Año: 1961 / País: Francia / Productora: Ciné Tamaris / Rome Paris Films / Duración: 90 min. / Formato: B/N - 1.66:1
Guión: Agnès Varda / Fotografía: Jean Rabier / Música: Michel Legrand
Reparto: Corinne Marchand, Antoine Bourseiller, Dorothée Blanck, Michel Legrand, Dominique Davray, José Luis de Vilallonga, Loye Payen, Jean-Luc Godard, Anna Karina, Eddie Constantine, Jean-Claude Brialy
Fecha de estreno: 11/04/1962 (Francia)

Cléo de 5 a 7 se abre con la imagen de una mesa sobre la cual una adivina está tirando las cartas del tarot a la protagonista, Florence (Corinne Marchand), una cantante que espera angustiada los resultados de unos exámenes médicos que teme que le confirmaran que padece un cáncer incurable. Serán las únicas imágenes en color de un film que se centrará en las dos siguientes horas de la vida de la protagonista, a la que acompañaremos en su deambular por el París de principios de la década de los 60, mientras espera el momento de conocer su diagnóstico.
 
Dividida en 13 pequeños capítulos que relatan en tiempo (aparentemente) diegético  la inquieta espera de Florence, la película está dominada por una estilizada puesta en escena a base de largos travellings de seguimiento de la protagonista a lo largo de las calles de la ciudad y una excepcional banda sonora de Michel Legrand que opera unas veces como refuerzo, otras como contrapunto al desasosiego del personaje. Un magnífico primer ejemplo de este último aspecto lo encontramos justo después de la secuencia inicial del tarot, con la música de la banda sonora puntuando alegremente los pasos de Florence al descender las escaleras (como contrapunto al terrible vaticinio de las cartas) hasta llegar al vestíbulo del edificio en el cual, frente a un espejo, la protagonista sentencia para sí misma: “Mientras soy bella estoy 10 veces más viva que las demás” (fotograma 1).
 
Justamente, la imagen del espejo será uno de los recursos más presentes a lo largo de los dos primeros tercios de la película, aquéllos que nos muestran a una Cléo (el nombre artístico de Florence) más artificial, presa de un dramatismo más impostado y, sobre todo, más sola a pesar del entorno en el que se desarrolla su vida personal y profesional. Así, tras la sesión de tarot de la protagonista, y en sus sucesivos encuentros con los personajes que le son más cercanos (su asistenta, Angèle - Dominique Davray -, su amante y protector, José - José Luis de Vilallonga -, sus compañeros artísticos, Bob - Michel Legrand -  y Plumitif - Serge Korber -, y su amiga, Dorothée - Dorothée Blanck), Cléo se topará con la incomprensión, el escepticismo y la indiferencia de todos ellos, incapaces de mostrar ninguna mínima muestra de interés, solidaridad o de compasión por su situación personal.
 
La de Cléo frente al espejo será por tanto la imagen de la soledad de un personaje que parece vivir en un mundo irreal en el que le resultará imposible establecer cualquier tipo comunicación emocional. Una idea que Varda plasma magníficamente en la larga escena musical de Cléo con Bob y Plumitif (curiosamente, una secuencia un par de minutos más larga que los ocho que anuncia el título del capítulo; como ya hemos apuntado, el tiempo real tantas veces aludido al hablar de la película no lo es exactamente, y Varda recurre constantemente a pequeñas elipsis y dilataciones que provocan diversas desincronías con el tiempo diegético de la narración): ante la indiferencia de los músicos frente a la situación de la protagonista, Cléo expresa su angustia interpretando una de las canciones que Bob ha compuesto para ella; es decir, únicamente logra transmitir su desasosiego recurriendo al artificio de la interpretación, con la complicidad de la estilizada puesta en escena de Varda, que propone una completa abstracción espacio-temporal cerrando la imagen sobre el rostro bañado en lágrimas de la cantante mientras una música de orquesta se une a las iniciales notas del piano de Bob (fotograma 2).
 
Tras esta espléndida secuencia musical (una vez más, cabe destacar la magistral partitura que compuso Michel Legrand para la película), Cléo sale de nuevo a la calle, huyendo de la incomprensión de sus colaboradores para toparse con la misma indiferencia por parte de una multitud informe que acentúa aún más si cabe la soledad del personaje, tal como vemos en la escena de la protagonista deambulando entre la multitud que ocupa la terraza de un café, mientras oímos una sinfonía de conversaciones que se mezclan en un bullicio ininteligible (y de nuevo, la imagen reflejada de Cléo – realidad artificial -  esta vez en un sinfín de minúsculos espejos que cubren la columna frente a la que se encuentra sentada).
 
Esta despersonalización del entorno de la protagonista llegará a su momento culminante durante el encuentro de Cléo con su amiga Dorothée, una joven que trabaja como modelo en un estudio de escultura. La imagen de Cléo, avanzando entre las formas inmóviles (e inacabadas) de las esculturas plasma de nuevo la soledad e incomunicación del personaje con su entorno (fotograma 3). Una incomunicación que se pondrá de nuevo de manifiesto en su posterior conversación con Dorothée, quien, al igual que los anteriores personajes, se muestra incapaz de expresar la mínima empatía con la situación de angustia de la protagonista.
 
Una vez fuera el estudio, Cléo  acompaña a Dorothée a la cabina de proyección en la que trabaja su novio, Raoul (Raymond Cauchetier), en donde presenciarán un pequeño cortometraje de cine mudo (interpretado por unos no acreditados y prácticamente irreconocibles Jean-Luc Godard y Anna Karina) que nos avanza el posterior punto de inflexión en la evolución de la protagonista: el personaje interpretado por Godard se da cuenta de que lo ve todo de color negro por culpa de las gafas oscuras que lleva (o, lo que es lo mismo: “todo depende del color del cristal con que se mire”).  Y antes de separarse de Dorothée, se produce un pequeño pero significativo incidente que refuerza la idea del cambio inminente que se va a producir en la actitud de Cléo: al abandonar la cabina de proyección, su bolso cae al suelo y un pequeño espejo queda completamente hecho añicos (fotograma 4).
 
La imagen del espejo como reflejo del mundo irreal quedará a partir de este momento desterrada de la puesta en escena. Todo está listo para la irrupción del charlatán Antoine (Antoine Bourseiller), el joven militar con quien Cléo volverá a ser Florence (“Prefiero Florence a Cléo. Florencia es Italia, El renacimiento, Boticcelli, una rosa”) y gracias al cual, tras recorrer de nuevo las ahora luminosas calles de París, la protagonista reunirá las fuerzas para enfrentarse a su enfermedad.
 
“Me parece que ya no tengo miedo. Me parece que soy feliz”, declara Florence dispuesta a aprovechar la última hora al lado de Antoine, antes de que éste deba tomar el tren que para volver a su cuartel. Una hora que se inicia a partir del bello plano final de Cléo y Antoine, al abandonar el hospital, mirándose fijamente a los ojos (fotograma 5), y que Varda nos deja para reconstruir en nuestra imaginación.
 
David Vericat
© cinema esencial (abril 2014)
 
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VÍDEOS: 
Trailer (V.O.F.)

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