Los ojos sin rostro

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Los ojos sin rostro
Director:
Georges Franju

Título Original: Les yeux sans visage / Año: 1960 /  País: Francia / Productora: Champs-Élysées Productions - Lux Film / Duración: 104 min. / Formato: BN - 1.66:1
Guión: Claude Sautet, Pierre Boileau, Thomas Narcejac (Novela: Jean Redon) / Fotografía: Eugen Schüfftan / Música: Maurice Jarre
Reparto:  Pierre Brasseur, Alida Valli, Juliette Mayniel, Edith Scob, François Guérin, Alexandre Rignault, Béatrice Altariba
Fecha estreno: 11/01/1960 (Francia)

Segundo largometraje de George Franju (cofundador en 1937 de la Cinemateca Francesa junto a Henri Langlois), tras dirigir una decena de cortometrajes de carácter documental entre 1949 y 1957, Los ojos sin rostro es una obra de tono singular, que parte del relato policiaco para adentrarse poco a poco, pero de manera irremisible, en el género del fantástico, hasta convertirse en un fascinante film de horror que llegó a ser clasificado en su día por la célebre crítica del NY Times, Paulina Kael, como “la película de terror más elegante que se haya hecho jamás”.

 

Aun siendo un tanto aventurada la sentencia de Kael (pienso por ejemplo en Suspense, de Jack Clayton, un film para mi gusto superior al de Franju en cuanto a la sugerente elegancia de su puesta en escena), no cabe duda de la importancia de Los ojos sin rostro en la historia del cine de terror, tanto por las evidentes alusiones a varias obras clave del género (desde Frankenstein a El fantasma de la ópera) como, sobre todo, por convertirse en sí mismo como un film referente para posteriores directores del fantástico (David Cronenberg, por citar un caso cuya filmografía presenta claras reminiscencias a la obra de Franju).

 

Y es que el film combina de manera ejemplar escenas de explícita truculencia (las de la sala de operaciones del doctor Génessier - Pierre Brasseur – fotograma 1) con imágenes de enorme calado poético (casi siempre protagonizadas por la desdichada Christiane - Edith Scob), todo ello para narrar la obsesión del atormentado protagonista por restaurar el desgarrado rostro de su hija a causa de un accidente de tráfico del que Génessier se siente fatídicamente responsable. “No hay razón para que dudes de mí. Sé de mis capacidades. Tendrás una cara de verdad”, le promete una y otra vez el cirujano a Christiane; una determinación que le convertirá en un peligroso criminal a la caza de jóvenes con las que experimentar sus técnicas de trasplantes de piel a fin de proporcionar un nuevo rostro a su hija.

 

El film se inicia justamente con la secuencia en la que vemos a la asistente de Genéssier, Louise (Alida Valli), arrojando a un río el cuerpo sin vida de la última víctima del cirujano (tras los títulos de crédito sobre un travelling desde el automóvil de Louise avanzando en medio de la noche). Un cuerpo sin rostro, con una herida “de orillas suaves, como si las hubieran hecho con un escalpelo”, según lo describe uno de los inspectores de policía tras hallar el cadáver que el protagonista hará pasar por su hija para, una vez dada por muerta, poder seguir experimentando con nuevas víctimas hasta conseguir su objetivo.

 

Recluida en la mansión de Génessier, Christiane sobrevive con el rostro cubierto con una máscara que no evita su tormento (“Mi cara me asusta. Mi máscara me asusta todavía más”). Y Franju nos oculta el semblante de la joven en todo momento, reforzando así en el espectador la sensación de angustia por lo desconocido o apenas sugerido (salvo en una única escena, acaso discutible, en la que entrevemos a través de los ojos horrorizados de una de las víctimas sus monstruosas facciones). Será aquí cuando encontraremos algunas de las imágenes más misteriosamente bellas de la película: Christiane deambulando como un espectro por los largos pasadizos de la mansión (fotograma 2), o las lágrimas de la joven resbalando sobre el blanco inmaculado e inerte de su máscara (fotograma 3).

 

“Ahora tienes una cara adorable. Tu verdadera cara”, proclama orgulloso Génessier, después de realizar con aparente éxito una nueva y definitiva intervención, ante el rostro trasplantado de su hija. Un rostro al que las tersas facciones de la actriz Edith Scob (todo un acierto de casting y de caracterización) confieren un semblante sin apenas expresión, prácticamente idéntico al de la máscara que el personaje había llevado hasta el momento (fotograma 4), y que no consigue liberar a la joven de la zozobra por la pérdida de identidad (“Cuando me veo en el espejo siento que estoy mirando a alguien que se parece a mí pero proviene del más allá”). Pero el éxito de la operación se revelará muy pronto como efímero, y en una insólita secuencia que Franju resuelve mediante una espeluznante concatenación de fotos fijas, vemos la involución del rostro de Christiane, cada vez más demacrado a causa del rechazo a la piel trasplantada (un episodio que, visto en la actualidad, se nos presenta como premonitorio de las funestas consecuencias de ciertas prácticas de la medicina estética tan en auge en nuestros días).

 

Confinada de nuevo tras su máscara, y después de una catárquica secuencia para liberarse del yugo del perturbado padre y cirujano, Christiane se adentra en la oscuridad del bosque convertida ya definitivamente en un espectro condenado a vagar para siempre por el reino de las tinieblas (fotograma 5).

 

David Vericat
© cinema esencial (noviembre 2015)

 

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Comentarios

Afueras de París. 1960. La película, en blanco y negro, arranca con los faros de un coche que, como dos destellantes ojos, iluminan con dificultad una tortuosa carretera secundaria en una noche desapacible. Los títulos de crédito se suceden bajo los acordes de un vals casi carnavalesco, obra de Maurice Jarre. Este juego de contrastes será una de las señas de identidad del excepcional film de Georges Franju. A modo de imagen especular de lo humano, el bien, la obsesión y lo feo iremos confrontando lo animal, el mal, la libertad y la belleza. El espejo —y su reflejo, como proyección invertida de la realidad— está muy presente a lo largo del metraje; incluso cuando aparece cubierta su superficie por un panel de madera que lo convierte en algo inservible; quizá, en un cuadro negro sin fondo. Y precisamente un cuadro, este sí pintado sobre tela, que cuelga en una de las paredes de la mansión de la 'extraña' familia protagonista del film, será la viva imagen del último fotograma de "Los ojos sin rostro". Una cinta de una hermosura terrorífica, de una inocencia malsana y, también, de ese escalofrío que se abre paso —en este caso, con precisión quirúrgica— en la psique de los seres más racionales y vulnerables cuando todo se derrumba. Una obra a reivindicar, que dejó una cicatriz soterrada pero palpable en todo el cine de terror posterior. https://twitter.com/cautivodelmal

Muchas gracias por tu magnífico comentario!

Gracias a ti por el esfuerzo, la dedicación y los textos de enorme valor desarrollados en tu página web. Un saludo.

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